Era el día siete de julio del 2.002. Terminábamos de enterrar a nuestra querida y siempre recordada Irene del Sastre. Mientras el albañil terminaba de cerrar el nicho, yo me acerqué al pedazo de tierra donde descansan mis abuelos maternos, Francisco Buil Calvo y María Albero Luís. Recé una oración por su eterno descanso; me acerqué también al tumba de siña Benita de Grasa. Quería yo mucho a siña Benita. Quizás por ser la abuela de mis amigos Conrado y Joseter o por su bondad, o por las dos cosas ... (ver texto completo)