La plaza de Doña Teresa Henríquez y la Cruz del Gran Catarro, SEVILLA
La plaza de Doña Teresa Henríquez y la Cruz del Gran Catarro.
Esta plaza como tantas otras que tenemos, nos traslada a otro tiempo, a otro lugar, donde se respira paz y belleza, donde el silencio se rompe de vez en cuando con el sonido de alguna campana. La plaza de Doña Teresa Henríquez, es la niña mimada del barrio de San Vicente y los muros de su iglesia, la protegen y mantiene alejada de centros comerciales, calles colapsadas, oficinas, en definitiva alejada del mundal ruido de la ciudad. En esta plazuela nos encontramos con una Cruz, la Cruz del Gran Catarro, pues recuerda el triste suceso que sacudió la Sevilla del siglo XVI, causando una gran mortandad. El propio Rey, Felipe II, sufrió las consecuencias de esta gripe maligna y aunque desauciado por los médicos de la Corte, logró sanar milagrosamente, no así su regia esposa Ana de Austria, quien falleció al poco tiempo.
Los sevillanos se encomendaron a todos los santos habidos y por haber para sobrellevar tal epidemia y en su vida cotidiana, comenzaron a introducir hábitos, costumbres e incluso supersticiones que algunas han llegado hasta nuestros días, como la expresión!"Jesús"!, qué después de un estornudo se decía para espantar su contagio.
Esta plaza como tantas otras que tenemos, nos traslada a otro tiempo, a otro lugar, donde se respira paz y belleza, donde el silencio se rompe de vez en cuando con el sonido de alguna campana. La plaza de Doña Teresa Henríquez, es la niña mimada del barrio de San Vicente y los muros de su iglesia, la protegen y mantiene alejada de centros comerciales, calles colapsadas, oficinas, en definitiva alejada del mundal ruido de la ciudad. En esta plazuela nos encontramos con una Cruz, la Cruz del Gran Catarro, pues recuerda el triste suceso que sacudió la Sevilla del siglo XVI, causando una gran mortandad. El propio Rey, Felipe II, sufrió las consecuencias de esta gripe maligna y aunque desauciado por los médicos de la Corte, logró sanar milagrosamente, no así su regia esposa Ana de Austria, quien falleció al poco tiempo.
Los sevillanos se encomendaron a todos los santos habidos y por haber para sobrellevar tal epidemia y en su vida cotidiana, comenzaron a introducir hábitos, costumbres e incluso supersticiones que algunas han llegado hasta nuestros días, como la expresión!"Jesús"!, qué después de un estornudo se decía para espantar su contagio.
