Ofertas de luz y gas

La ventana de mi abuela María. Cortijo La Calerilla, SABARIEGO

Aquella ventana era su horizonte, su modo secreto de volar. Desde su silla de ruedas —siempre en el mismo rincón, bañado por la luz cambiante del día—, mi abuela María miraba el mundo como quien lo sueña. Por esa abertura en la pared, sus ojos se escapaban lejos, siguiendo los pájaros, las nubes, los recuerdos.

Tejía con paciencia infinita, entrelazando hilos y silencios. Ganchillo para todos, como si cada puntada fuera una caricia, un modo de agradecer la visita, de decir: “gracias por estar”. A cambio, solo pedía unos minutos de compañía, una voz que rompiera el murmullo de la casa antigua.
Así la llevo conmigo cuando la evoco: tan buena, tan dulce, tan profundamente comprensiva. Veía bondad en todos, como si su alma supiera mirar más allá de lo aparente.

Su cuerpo, ya vencido por los años, se inclinaba un poco hacia adelante, y sus manos —gastadas, deformadas por la vida— tejían con una dulzura que conmovía. Pero su rostro, ay, su rostro… apenas surcado por arrugas, irradiaba una luz serena que no parecía de este mundo. Rozaba los cien años, pero conservaba la mirada clara de quien nunca dejó de amar.

La llevo dentro. Su recuerdo se posa en cada sombra del cortijo, en cada crujido de la madera vieja, en cada rayo de sol que entra por esa misma ventana.

Anif Larom
(2015)