Relato.
Un blanco manto cubre cielo y tierra.Crios y ancianos esperan en la puerta de Juan Pablo, el viejo autobús está a punto de llegar. Asientos tapizados por el frió escai, cortinas como si hubiesen sido sacadas de una vieja tela, suelo de parque, ceniceros que sin tocarles caen al suelo, en el interior y colgado en el viejo espejo retrovisor un viejo crucifijo cuelga, la vieja radio da una y otra vez el parte meteorologico, un aire caliente sale por todas partes, los mareos son constantes.
Llanuras y montes de olivos sera el paisaje hasta llegar a la ciudad.Ancianas buscando y rebuscando en sus viejos bolsos, recetas, citaciones medicas y un sin fin de papeles.Cuanto más nos acercábamos a la ciudad más nerviosos estábamos.
Tras muchas veces de ir a la ciudad, siempre nos sorprendía el bullicio de gente.
De la mano de mi madre y en volandas tras ella, en nuestro camino mi madre pregunta a un viandante ¿que pone en ese cartel?, Yo le intentaba leer lo poco que sabia, no se fiaba y siguió preguntando hasta llegar a nuestro destino.
Corretear por pasillos, corretear por las calles buscándo, esa era toda nuestra vivencia de los que en el autobús ibamos a la gran ciudad.
A nuestro regreso la sensación de estar semanas fuera del pueblo, cuando solo fue una semana.De lejos las tapias de la entrada del pueblo, tranquilidad y sosiego, cada viandante era un conocido, cada casa una historia.Fuente del Popi, recuerdos de verano.Un manto blanco cubre tejados y calles, apesar del frio el Marcos el Perolo ya tiene su clientela en su pequeño y acogedor bar, algunos turno esperan para ir a lo de Josico o al Churro.La meyos y su pescado embadurnado de hielo, el "Gato" vocifera lo fresco de su pescado.El comercio de Fernando y aquellos viejos maniquies tras el gran escaparate, nos recordaba la ciudad.Mientras sus bestias beben en el viejo pilar, corros de muleros charlan sobre el tiempo y esperan su turno para el herrero.
"Este relato me a salio como Dios quiere".
Martinico.
Un blanco manto cubre cielo y tierra.Crios y ancianos esperan en la puerta de Juan Pablo, el viejo autobús está a punto de llegar. Asientos tapizados por el frió escai, cortinas como si hubiesen sido sacadas de una vieja tela, suelo de parque, ceniceros que sin tocarles caen al suelo, en el interior y colgado en el viejo espejo retrovisor un viejo crucifijo cuelga, la vieja radio da una y otra vez el parte meteorologico, un aire caliente sale por todas partes, los mareos son constantes.
Llanuras y montes de olivos sera el paisaje hasta llegar a la ciudad.Ancianas buscando y rebuscando en sus viejos bolsos, recetas, citaciones medicas y un sin fin de papeles.Cuanto más nos acercábamos a la ciudad más nerviosos estábamos.
Tras muchas veces de ir a la ciudad, siempre nos sorprendía el bullicio de gente.
De la mano de mi madre y en volandas tras ella, en nuestro camino mi madre pregunta a un viandante ¿que pone en ese cartel?, Yo le intentaba leer lo poco que sabia, no se fiaba y siguió preguntando hasta llegar a nuestro destino.
Corretear por pasillos, corretear por las calles buscándo, esa era toda nuestra vivencia de los que en el autobús ibamos a la gran ciudad.
A nuestro regreso la sensación de estar semanas fuera del pueblo, cuando solo fue una semana.De lejos las tapias de la entrada del pueblo, tranquilidad y sosiego, cada viandante era un conocido, cada casa una historia.Fuente del Popi, recuerdos de verano.Un manto blanco cubre tejados y calles, apesar del frio el Marcos el Perolo ya tiene su clientela en su pequeño y acogedor bar, algunos turno esperan para ir a lo de Josico o al Churro.La meyos y su pescado embadurnado de hielo, el "Gato" vocifera lo fresco de su pescado.El comercio de Fernando y aquellos viejos maniquies tras el gran escaparate, nos recordaba la ciudad.Mientras sus bestias beben en el viejo pilar, corros de muleros charlan sobre el tiempo y esperan su turno para el herrero.
"Este relato me a salio como Dios quiere".
Martinico.