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FRAILES: Viendo esto tan animado y habiendo yo dejado, tantas...

Viendo esto tan animado y habiendo yo dejado, tantas anécdotas en el morral. Me decido hoy a narraros una, para mi muy singular, que hasta hoy me emociona recordar.
Hallándome, como ya os conté, a la edad de 10 años, de porquero en un cortijo hoy ya derrumbado, en el inicio de las rampas del “Paerón”. Hice un especial amigo en el que volqué todo mi cariño, con una sin par amistad, le contaba todos mis sueños, le transmitía todos mis miedos, compartiendo almuerzos y correrías. ¡Era tan débil ¡Era el que en todas las piaras, mama de la ultima teta y aunque tenía unos dos meses, el que menos le sacaba, le sacaba más de dos cuerpos, y es por esto, que me permitía sentirme protector, le mimaba, le dejaba infringir lo que nunca les permitía a los demás, si los demás tenían que respetar los sembrados, él mientras no nos castigaran, tenía licencia para pastar, fuera de lo que fuera el sembrado, trigal o patatal, eso si teníamos un código que cumplíamos con precisión total, dueño que se acercaba, señal que yo le hacía y obediencia suya sin fallar. Pero resulto que un día, nuestra compenetración fallo y el dueño se acercaba y él tan embelesado en su garbanzal, mis señales no atendía y yo asustado porque nos cogían, le mande otra señal, con tan mala suerte que esta, que era una inocente piedra, enviada para avisar, dio la fatal coincidencia, que en ese momento miro y el aviso que empezó siendo cariñoso, al impactar en su pequeña frente, termino siendo mortal, y yo que ya corría desesperado en su auxilio, vi como caía, entre el llanto de los dos, mi amigo muerto a mis pies. Lo que después odie aquel hombre y lo mucho que sufrir, es difícil de narrar. Solo recuerdo que ese día, por muchos entierros que le hice, ninguno me satisfacía. Y aunque no tuve represalias, por los dueños de mi amigo, cosa que también temía, pero que al ser tan poca cosa en una piara tan grande, no llegaron a notarlo. Ya yo me castigué bastante, recordandole, llorandole, y haciendole mil entierros y cada día visitandole, hasta que la peste porcina, a los dos o tres meses de su muerte, me libero de mi pesada culpa, al ser ella mucho mas culpable matando a toda la piara.
Y aquí se cumple el dicho “de que no hay mal, que por bien no venga” o algo así ¿No os parece? La dichosa peste de ese año, se llevo más de cien cerdos que yo conocía, pero, a mi me salvo, al dame la oportunidad de culparla a ella también de la muerte de mi amigo.