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FRAILES: Sin conseguir hacerme con mi nueva situación, desesperado...

Sin conseguir hacerme con mi nueva situación, desesperado por los escasos progresos e incapaz de dirigir el necesario rumbo que necesitaba mi situación, transcurrieron lentamente mis dos siguientes años, pero todavía tenía catorce, los dieciocho no llegaban que era mi obsesión. Pobre de mí, pensaba que con la mayoría de edad acabarían todos mis males. Si es cierto que, por no serlo, en todos los trabajos me trataban como a un hombre y me pagaban la mitad. De ahí a justificar mis prisas porque en la tejera de Manolín, cuando las yemas de mi infantiles dedos, con su propia sangre se quedaran estampadas en el caliente y abrasivo polvo del ladrillo, por no aguantar todavía, lo que los demás, jóvenes o mayores, pero con dedos ya encallados. No me entraba en la cabeza, si hacíamos una cadena donde los diez o quince ladrillos, a mí siempre me parecían muchos más, ¡qué sudores, qué encogimiento de tripas cuando veías venir hacia ti, aquellas ascuas humeantes que tu predecesor en la cadena se empeñaba en tirarte, ¿Donde estaría, pienso hoy, el inventor de los guantes? Cuando sacábamos el horno, pensaba cosas peores. Como en otras ocasiones en las que se repetía la misma historia, mayor niño, mayor así, ora con los albañiles ora en labores del campo. Y siempre, sin olvidar abastecer, esa lumbre tan necesaria para sobrevivir en esa desolada casa que ni el sol se dignaba calentar ¡qué cómo consumía la condena. Cuantas pañetas de leña, desde esas BasequIllas, Martinas o Nigoruelas, esas todavía a medias espaldas, tuvieron que acarrear ¡qué fatigas cuando ibas cargado y no llegabas a la piedra en la que habías calculado descansar! Pero es que el día que encontrabas leña, no la ibas a dejar, aunque luego muchas veces, te las vieras y te las desearas para poder llegar.
En estas conjeturas estaba, como digo, ese desorientado jovenzuelo sin saber qué rumbo tomar cuando apareció él. Con esa empatía, esas ganas de ayudar. ¡Cómo puedo expresar con palabras algo que tanto influyó positivamente en mi! Siempre estaba ahí, solícito y afable para todo lo que lo necesité. Se preocupó de mi formación, pagándome la escuela de Emilio, organizando mi asistencia a ella todas las noches, marcando pautas y objetivos a cumplir. Mi guía, mi amigo, más que un padre. Con él recuperé mi autoestima, expulsando aquellos fantasmas. Pude volver a mirar a las chicas que me hacían tilín, con desparpajo, seguro, sin el miedo a recibir aquel “déjame en paz” que tanto me hacia sufrir. Cambió esa animadversión contra el mundo en la que me estaba acomodando con ese falso auto estimulo en el que nos autoconvecemos de que los malos son los otros y no nos culpamos de nada. Me enseño a reconocer el valor intrínseco de las cosa, que estas no son lo que cuestan, sino lo que realmente valen