Resultó que en este pueblo teníamos un familiar, al cual no le iban mal las cosas y allí empezó mi explotación. Pasé casi un año guardando una piara de cochinos sin recibir sueldo alguno ni cuidados y mucho menos cariño. Es precisamente esta ultima carencia la que al final mi madre notó y una de las veces que venía a verla no me dejó volver. Pero, las cosas estaban tan mal que pronto acabé en el cortijo del Chico cobrando mi primer sueldo de 300 pesetas al mes, mantenido y tratado con un inmenso cariño por Virtudes, la dueña del cortijo. Una Santa, os lo aseguro. Tal vez por esto, de aquí no me fui hasta que encontraron para mi otra cosa mejor. Pero, si ese Paerón hablara y lo hiciera con razón, estaréis conmigo en que se estaba cometiendo una gran sinrazón. Porque si no, que otra cosa puede ser el tener un crio de diez años todo el dia corriendo detrás del ganado, sin el cariño de una familia, sin ninguna formación. Tengo de estos tiempos verdaderos argumentos para reafirmar estas vivencias lo que pasa es que plasmarlas aquí es otra Odisea para mí. Esas noches en la cima del Paerón cuidando las yuntas con las manos puestas en la cara haciendo de orejeras para que el rabillo del ojo no me dejara ver las formas confusas y amenazantes de todo lo que se movía. Qué cosas ¿verdad? Lo que venía de cara ya no me daba tanto miedo. O esos otros días, uno cada quince, cuando venía a cambiarme de ropa, en que toda mi preocupación era que mis amigos ni nadie me viera en el aquel estado, para lo que o esperaba a la noche o como un fugitivo escondiéndome por las carboneras me metía en casa avergonzado perdido. Ya, a otro día, mi madre se encargaba de que me sintiera persona.
Jaén año 1950 (Casa de ejercicios espirituales)
Jaén año 1950 (Casa de ejercicios espirituales)