¿Por qué es bueno destruir nuestra riqueza?
No hace mucho tiempo el telediario nos ofrecía unas imágenes edificantes: la de
un par de excavadoras, en Tenerife, arrojando diligentemente al mar miles de toneladas de tomates y de plátanos. Todos los años asistimos a una infinidad de escenas como ésta… Hemos trabajado duro en cosechar los plátanos, en recogerlos y almacenarlos, pero de pronto no conviene que nos los comamos y tenemos que trabajar un poco más para quemarlos. De hecho, los cosechadores ya no ruegan a San Antonio que sea pródigo en lluvias y el refrán “año de nieves, año de bienes” ha dejado de ser cierto. En los últimos años, los cosechadores de trigo de Burgos escrutan el cielo con la esperanza de que deje caer un granizo que arruine sus sembrados; de este modo, tras haberse dejado los lomos arando los barbechos, se ahorran al menos el trabajo de tener que recoger un millar de toneladas de trigo que luego tendrían que ocuparse de destruir. Esta desgracia tuvieron precisamente los cosechadores de patatas de La Rioja: el año había sido “tan bueno” que tuvieron que tirar la mayor parte de la cosecha para no perder dinero. A un espectador ingenuo que pase por Valladolid podría extrañarle que las fábricas de coches se declaren en crisis cuando resulta que han tenido la suerte de fabricar miles y miles de automóviles que se pudren en los almacenes. ¿Por qué, en lugar de seguir fabricando, no esperan tranquilamente a vender la riqueza que ya tienen en sus manos? Muchos de esos costosos y sofisticados aparatos nunca llegarán a venderse… ¿Por qué no bajar los precios? E incluso, ¿por qué no regalarlos si se van a perder de todas formas?
¿Por qué? Porque eso sería nefasto, nefasto para todos. Si un empresario
acumula un stock de mercancías imposibles de vender, sigue siendo muy rico, sí, pero esta riqueza no le sirve para nada. ¿Qué iba a hacer él con mil Seats Panda o con cien mil toneladas de tomates? El caso es que ha invertido su dinero y que, si no logra transformar de nuevo ese stock en dinero, no podrá abrir la fábrica al día siguiente, pues no tendrá con qué pagar a los obreros ni con qué comprar las materias primas ni la maquinaria necesaria para imponerse a la competencia. Si en un arranque de
magnanimidad decidiera, por ejemplo, regalarnos esos coches inútiles, nos haría un flaco servicio: al regalar parte de sus productos perdería la posibilidad de vender la otra parte y de ese modo la empresa habría firmado su sentencia de muerte. Nos habrían dejado en paro, sin dinero para llenar el depósito de gasolina o para pagar el impuesto de circulación. Acabaríamos, pues, teniendo que arrojar el coche por un barranco y para eso es mejor que sea el propio empresario el que se encargue de hacerlo directamente.
Destruir la riqueza que tanto nos ha costado producir puede ser doloroso y triste desde una perspectiva humana; pero es una solución, la única solución, si dejamos de preocuparnos egoístamente de la humanidad y pensamos que, verdaderamente, un coche no es un coche hasta que no es un beneficio privado transformado en dinero. Podría quizá parecernos sensato reducir el precio de los productos hasta que encontraran salida en el mercado. A veces se hace, pero a la larga siempre sale mal. Con ello reducimos el beneficio de la empresa, de suerte que ésta cuenta con menos dinero para reinvertir en la investigación e introducción de nuevas tecnologías, firmando así su sentencia de muerte a manos de la competencia.
Carlos Fernández Liria y Santiago Alba Rico, "Dejar de pensar".
No hace mucho tiempo el telediario nos ofrecía unas imágenes edificantes: la de
un par de excavadoras, en Tenerife, arrojando diligentemente al mar miles de toneladas de tomates y de plátanos. Todos los años asistimos a una infinidad de escenas como ésta… Hemos trabajado duro en cosechar los plátanos, en recogerlos y almacenarlos, pero de pronto no conviene que nos los comamos y tenemos que trabajar un poco más para quemarlos. De hecho, los cosechadores ya no ruegan a San Antonio que sea pródigo en lluvias y el refrán “año de nieves, año de bienes” ha dejado de ser cierto. En los últimos años, los cosechadores de trigo de Burgos escrutan el cielo con la esperanza de que deje caer un granizo que arruine sus sembrados; de este modo, tras haberse dejado los lomos arando los barbechos, se ahorran al menos el trabajo de tener que recoger un millar de toneladas de trigo que luego tendrían que ocuparse de destruir. Esta desgracia tuvieron precisamente los cosechadores de patatas de La Rioja: el año había sido “tan bueno” que tuvieron que tirar la mayor parte de la cosecha para no perder dinero. A un espectador ingenuo que pase por Valladolid podría extrañarle que las fábricas de coches se declaren en crisis cuando resulta que han tenido la suerte de fabricar miles y miles de automóviles que se pudren en los almacenes. ¿Por qué, en lugar de seguir fabricando, no esperan tranquilamente a vender la riqueza que ya tienen en sus manos? Muchos de esos costosos y sofisticados aparatos nunca llegarán a venderse… ¿Por qué no bajar los precios? E incluso, ¿por qué no regalarlos si se van a perder de todas formas?
¿Por qué? Porque eso sería nefasto, nefasto para todos. Si un empresario
acumula un stock de mercancías imposibles de vender, sigue siendo muy rico, sí, pero esta riqueza no le sirve para nada. ¿Qué iba a hacer él con mil Seats Panda o con cien mil toneladas de tomates? El caso es que ha invertido su dinero y que, si no logra transformar de nuevo ese stock en dinero, no podrá abrir la fábrica al día siguiente, pues no tendrá con qué pagar a los obreros ni con qué comprar las materias primas ni la maquinaria necesaria para imponerse a la competencia. Si en un arranque de
magnanimidad decidiera, por ejemplo, regalarnos esos coches inútiles, nos haría un flaco servicio: al regalar parte de sus productos perdería la posibilidad de vender la otra parte y de ese modo la empresa habría firmado su sentencia de muerte. Nos habrían dejado en paro, sin dinero para llenar el depósito de gasolina o para pagar el impuesto de circulación. Acabaríamos, pues, teniendo que arrojar el coche por un barranco y para eso es mejor que sea el propio empresario el que se encargue de hacerlo directamente.
Destruir la riqueza que tanto nos ha costado producir puede ser doloroso y triste desde una perspectiva humana; pero es una solución, la única solución, si dejamos de preocuparnos egoístamente de la humanidad y pensamos que, verdaderamente, un coche no es un coche hasta que no es un beneficio privado transformado en dinero. Podría quizá parecernos sensato reducir el precio de los productos hasta que encontraran salida en el mercado. A veces se hace, pero a la larga siempre sale mal. Con ello reducimos el beneficio de la empresa, de suerte que ésta cuenta con menos dinero para reinvertir en la investigación e introducción de nuevas tecnologías, firmando así su sentencia de muerte a manos de la competencia.
Carlos Fernández Liria y Santiago Alba Rico, "Dejar de pensar".
Hola Espartaco, te veo lanzado.... tanto burka, tanta palabra...
Quien dijo "el discurso debilita la evidencia"
Me gusta la filosofia, asi que te propongo un reto.
Quien escribió esa frase tan celebre y quea mi tanto me gusta?.
Un saledete... y no te lo tomes a mal... que ya sabemos que las palabras son cortitas para expresar ideas.
Quien dijo "el discurso debilita la evidencia"
Me gusta la filosofia, asi que te propongo un reto.
Quien escribió esa frase tan celebre y quea mi tanto me gusta?.
Un saledete... y no te lo tomes a mal... que ya sabemos que las palabras son cortitas para expresar ideas.
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