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EL CERRO DE ANDEVALO: ¿Qué hay, amigas/os?...

¿Qué hay, amigas/os?

Isamaría, veo que vives en lo que los toledanos llaman El Cigarral, ¿no? Estupendamente, y sin el ruido de las grandes ciudades. Si además el pueblo donde vive tu madre está cerquita… mejor que mejor.
Esta mañana se me ha encendido la bombillita y me ha venido a la mente aquel interés que tenias por saber de un Juan Gento que vivía en El Castillo, ¿recuerdas? Pues, además del que te dije en su día, hubo otro Juan Gento, sobrino de tu abuelo Miguel. Era hijo de Isidoro Romero, que a su vez era hermano de Marina, la mujer de Don Miguel. Lo que no sé es por qué le llamaban Juan Gento. Estuvo muy enfermo; casi se va para el otro barrio. Después se marchó a Madrid, creo, y sólo le he visto una o dos veces, y de eso hace cerca de 40 años.
Este Juan Gento tiene dos hermanos: Santiago, casado con una “Pocas libras”, y María, casada con Manuel “el Sevillano”. No creo que los conozcas; tu madre, sí.

Castilleja, ¡buenos, buenos, buenos, para mi gusto, esos versos que nos has dejado! Buenos, buenos, no me canso de repetirlo.

RAIZ SALVAJE

Me ha quedado clavada en los ojos
la visión de ese carro de trigo
que cruzó rechinante y pesado
sembrando de espigas el recto camino.

¡No pretendas ahora que ría!
¡Tú no sabes en qué hondos recuerdos
estoy abstraída!

Desde el fondo del alma me sube
un sabor de pitanga a los labios.
Tiene aún mi epidermis morena
no sé qué fragancias de trigo emparvado.

¡Ay, quisiera llevarte conmigo
a dormir una noche en el campo
y en tus brazos pasar hasta el día
bajo el techo alocado de un árbol!

Soy la misma muchacha salvaje
que hace años trajiste a tu lado.

(Juana de Ibarbourou)

Marian, hija mía, no sé si has leídos unos versos que hice hace tiempo y a los que titulé. “Del viejo, el consejo”, y que terminan así:

Este consejo te doy;
es fruto de mi vejez,
y recuerda que una vez
fui joven, como tú hoy.

Los años no dan sabiduría, pero sí experiencia.

Nada más. Besos y Agur.