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ZAGRA: Magnífico Kiko, tu exposición es perfecta. No podías...

He de desprenderme, a veces, del propio sentido común para comprender lo tremendamente irracional que rodea a la llamada sociedad del bienestar de hoy. Vivimos en una época que se puede caracterizar por muchas y penosas circunstancias, trágicas e insufribles; pero quizás los que más carga ideológica llevan sean dos aspectos que se normalizan ante nuestros ojos de una manera irrevocable: El consumo y la negación de la vida privada.

Todo es vendible. Diferente sería decir que todo se puede comprar. El primero es un término mucho más absoluto que el segundo, que siempre le deja al presunto vendedor la posibilidad de decir que no; o al presunto comprador la circunstancia del límite de su crédito.

En la actualidad todo es vendible. Lo dicen y lo anuncian como la buena nueva de este siglo. Pero debe darse esta circunstancia: para que todo lo vendible se quiera comprar hay que crear la necesidad. Y ahí se centran todos los esfuerzos. La necesidad creará demanda y la demanda apelará a adquirir el servicio o el producto que ya está en el mercado.

Si echamos mano de la publicidad, con una simple y somera observación, nos damos cuenta cuáles son los sectores a los que se les intenta crear mayor necesidad. La juventud está en el blanco. Por razones obvias. La sociología de la publicidad destapa, sin mayor descaro, las diferentes clases sociales a las que distingue sólo por las necesidades creadas y por el índice de consumo de cada una de ellas.

Es una actitud muy diferente la que resulta cuando tú quieres comprar algo, y no puedes hacerlo por no encontrarse en venta, a que quieras comprarlo, porque está en venta, pero no puedes adquirirlo porque no tienes dinero. El grado de frustración varía considerablemente y la implicación psicológica, en una u otra posibilidad, pasa de la prepotencia a la inseguridad o el complejo.

Entre la propia juventud más temprana se margina a quien no viste una determinada marca de ropa o zapatillas. ¡Qué frustración más grande para un padre que no pueda permitirse el hecho de satisfacer esa “necesidad vital” de su hijo! Se sentirá incluso fracasado por no estar a la altura de las nuevas exigencias sociales. Y si no lo hace, su propio hijo tratará de hacérselo ver bajo el triste sentimiento que levanta siempre el chantaje emocional y la culpa.
Quizás falte educación, pero eso no preocupa si el niño calza la marca de moda al igual que lo hace el otro niño de una clase social más acomodada.

Hablaríamos de la imagen, también. Y es otro aspecto que se desprende del consumo. Podríamos decir que el consumismo trata de igualar de manera absurda a las clases sociales por un lado, y seguidamente las separa ofreciendo productos de diferentes niveles para así continuar manteniendo la expectativa de consumo.

Y luego, está por otro lado, la negación de la vida privada. La vida privada no existe. Esta es la máxima que quieren implantarnos y que se ayudan a través de los medios de comunicación y con infinitos programas televisivos que retransmiten vidas en directo o facilitan que cualquiera descubra sus intimidades más penosas ante millones de espectadores, o esos programas llamados del corazón que tanta audiencia tienen.

Fabriquemos héroes de vida asequible –pensarán-, que lo sean por hacernos visibles comportamientos que hasta ahora formaban parte de la vida privada. Escuchemos sus flatulencias, veamos cómo fornican ante las cámaras de televisión, cómo convierten su vida en un puro pasar de los días. Si hay alguien que quiere contar con qué placer roba prendas íntimas en los supermercados, engaña a su mujer, los trámites más turbios de su divorcio o la vida secreta de su vecina, no se reprima, vaya a contarlo a televisión. Al día siguiente, por decir lindezas al estilo, le pedirán hasta autógrafos por la calle. Será usted una estrella, sólo y exclusivamente por salir en televisión, a costa de su vida privada o de la de los demás. El precio hasta le parecerá justo.

Pero si la estupidez acampa a sus anchas, patrocinada por cualquier medio de consumo, aún con más poderío se levanta la vulgaridad más instintiva. En esta ocasión patrocinada por propios elementos institucionales. Quieren gente que, a lo sumo y exclusivamente, se emocionen con el fútbol, las corridas (de toros) y la exquisita esperanza de la lotería primitiva. ¿Dónde está la clase obrera? Supongo que cruzando el estrecho en patera, ahogando su vida por cruzar a la otra orilla de la abundancia y el bienestar. Marginados por su pobreza. Siempre se margina a la pobreza, no a la raza. Otro trato obtendrían si llegaran en sus propios yates y se acomodaran en las lujosas residencias de Marbella.

El consumo, sin duda, nos iguala a todos; y el desprecio por la vida privada nos integra en el rebaño de manera absoluta. Ahora es más rico quien más consume, ya no el que menos necesita. Y es más popular quien, públicamente, vende su vida o la ofrece como espectáculo.

Kiko

Magnífico Kiko, tu exposición es perfecta. No podías haber expresado de mejor manera la imagen de esta España (esta sociedad) decadente y falta de principios. Lo que yo dije hace tiempo, debemos volver nuevamente a la escuela y aprender a ser seres humanos, así podremos enseñar a nuestros hijos a crear una nueva sociedad, un nuevo país en que nos sintamos orgullosos y dignos.
Un saludo y mis felicitaciones por tu coherencia. E. G.


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