Aun reconociendo la pérdida de raíces cristianas, la jerarquía eclesiástica no da todo por perdido.
Entre diez y ocho millones de españoles van a misa todos los domingos, lo que hace que en buena medida que la
Iglesia siga siendo un poder fáctico.
Bien lo sabe Zapatero, quien sabedor de la sangría de votos que puede suponer la deserción del electorado católico, ha enterrado la reforma de la ley de Libertad Religiosa, para satisfacción de la
cúpula eclesial, que se veía venir una 'guerra de crucifijos'.