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PEDRO MARTINEZ: En un pequeño pueblo de Eslovenia, rodeado por bosques...

En un pequeño pueblo de Eslovenia, rodeado por bosques espesos y montañas cubiertas de niebla, vivía un viejo violinista llamado Luka. Había perdido a su esposa años atrás y desde entonces tocaba solo, cada tarde, en el porche de su cabaña de madera.
—Para que el bosque no se olvide de ella —decía.
Una tarde de otoño, mientras tocaba una melodía suave y nostálgica, escuchó algo crujir entre los árboles. Pensó que era un ciervo, pero lo que emergió fue un joven oso pardo, enorme, de andar tranquilo… y ojos atentos.
Luka se congeló. Pero el oso no se acercó. Solo se sentó.
Y escuchó.
Durante minutos.
Al terminar, el oso se fue.
A la tarde siguiente, Luka volvió a tocar. Y el oso regresó.
Así, cada día, sin falta.
Nunca se acercaba demasiado. Nunca rugía ni intentaba asustar. Solo lo escuchaba.
Y cuando Luka terminaba, el oso se marchaba con la misma calma con la que llegaba.
Pronto, los vecinos lo supieron.
— ¿No tienes miedo? —le preguntaban.
—Más miedo tengo de dejar de tocar y que ya no venga —respondía Luka.
Una tarde, Luka no pudo salir. Una fiebre lo dejó en cama.
Pero desde la ventana, con las manos temblorosas, vio al oso sentado frente al porche… esperando.
Entonces tomó su violín.
Y desde la cama, con el alma en el arco, tocó.
Esa noche, por primera vez en años, soñó con su esposa… sonriendo.
Hoy, la historia de Luka y el oso ha dado la vuelta al mundo. Algunos creen que es un símbolo de la paz que puede nacer del arte. Otros dicen que los animales sienten lo que muchos humanos han olvidado.
Pero todos coinciden en algo:
A veces, la música encuentra oídos donde menos lo esperamos.