Compramos energía a futuro

PEDRO MARTINEZ: El Ganges fluía lento bajo la luz anaranjada del amanecer....

El Ganges fluía lento bajo la luz anaranjada del amanecer. En las escaleras de Varanasi, Aaryan encendía una vela cada mañana desde hacía cuarenta días. Siempre la misma promesa: una por cada día sin su hija, fallecida en un accidente.
No hablaba. No comía. Solo se sentaba y lloraba en silencio mientras el río pasaba.
Un día, una niña con sari rojo se le acercó con una bandeja de dulces.
— ¿Quieres uno?
Él negó con la cabeza.
—Es gulab jamun. Mi abuela dice que endulzan el alma cuando se está muy amarga.
Aaryan apenas la miró.
—No se puede endulzar el dolor.
La niña se encogió de hombros y dejó un dulce a su lado.
—Mi mamá también se fue. Pero yo sigo aquí. Y si no como, ella se pone triste desde el cielo.
El dulce era redondo, bañado en jarabe de rosa, suave y tibio. Lo miró durante horas.
Al día siguiente, la niña volvió.
— ¿Y? ¿Lo comiste?
Aaryan asintió en silencio.
— ¿Lloraste menos?
—No. Pero lloré más suave.
La niña sonrió.
Desde entonces, cada mañana, ella le traía un gulab jamun. No hablaban mucho. Pero al quinto día, Aaryan la acompañó a su casa.
Allí conoció a la abuela: Jamila, una mujer con manos dulces y voz de incienso.
— ¿Quieres ayudarme a hacerlos? —preguntó.
Él dudó.
—Mi hija los amaba —susurró.
—Entonces, hagamos que sigan existiendo por ella.
Aprendió a mezclar leche en polvo, harina, ghee, y a formar las bolitas perfectas que se fríen y se sumergen en el almíbar de cardamomo y agua de rosas.
Un mes después, abrían juntos un pequeño puesto callejero llamado “Luz Dulce”. Donaban un dulce por cada vela encendida en el Ganges.
Y Aaryan, que pensaba que nunca volvería a reír, un día dijo:
—El amor no se acaba. Solo se funde en jarabe, esperando que alguien lo vuelva a probar.