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PEDRO MARTINEZ: Hiroshi, 63 años, había sido jardinero en los templos...

Hiroshi, 63 años, había sido jardinero en los templos del este de la ciudad durante toda su vida.
Recortaba arbustos, barría hojas, cuidaba piedras con la paciencia con la que otros cuidan a sus hijos.
Pero la vejez, las deudas y una jubilación injusta lo dejaron sin trabajo, sin casa y sin propósito.
Dormía bajo un puente, envuelto en mantas que otros desechaban.
Y durante semanas, nadie pronunció su nombre.
Hasta que un día, mientras miraba el río desde lo alto del puente —pensando en no volver a bajar nunca más—, una pequeña sombra saltó a su regazo.
Era un gato tricolor.
Patas blancas, orejas negras, ojos grandes y ámbar.
Se quedó ahí.
Sin moverse.
Hiroshi intentó bajarlo.
—Este no es lugar para ti —murmuró.
Pero el gato insistió.
Y al día siguiente volvió.
Y al otro también.
Siempre a la misma hora.
Siempre justo cuando él se sentaba en el borde.
— ¿Vienes a vigilarme? —decía Hiroshi, medio en broma, medio en serio.
El gato no respondía.
Solo se acurrucaba en su regazo y dormía.
Profundo.
Confiado.
Pasaron los días.
Hiroshi comenzó a comprarle panecillos de pescado con el poco dinero que ganaba recogiendo latas.
Y cuando una voluntaria del barrio le ofreció un refugio temporal, Hiroshi aceptó…
pero solo si el gato podía venir también.
Lo llamó “Kumo”, que en japonés significa “nube”.
Porque llegaba sin aviso.
Y se quedaba sin condiciones.
Con el tiempo, Hiroshi empezó a ayudar en un pequeño jardín comunitario.
Las manos, aunque viejas, aún sabían cómo hablarle a la tierra.
Y Kumo lo acompañaba.
Se acostaba entre las piedras calientes.
Espantaba a los cuervos.
Dormía a los pies de las plantas recién sembradas.
Un día, una niña le preguntó:
— ¿Por qué siempre está contigo?
Y Hiroshi respondió, sin pensar:
—Porque me recuerda que alguien todavía cree que debo estar aquí.
Hoy, Hiroshi trabaja como cuidador del jardín de un pequeño templo budista.
Y Kumo, como si siempre lo hubiera sabido, duerme sobre el altar donde los monjes encienden el incienso.
En una tabla de madera, alguien escribió una oración que dice:
“A veces, no necesitas alas para salvar a alguien del abismo.
Solo un cuerpo cálido… que se acueste a tu lado.”