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PEDRO MARTINEZ: — ¿Sabes qué es lo más difícil de envejecer?...

— ¿Sabes qué es lo más difícil de envejecer?
— ¿Qué?
— Que uno se vuelve invisible.
Mientras uno es joven, es alguien: bello, seductor, carismático, fuerte... o al menos, notado.
Pero todo eso termina por desvanecerse.
Y uno se convierte en “el señor mayor” con la chaqueta gastada, o “la señora” con el abrigo y el sombrero desteñidos.
Es como si ya no existiéramos realmente. Nos volvemos transparentes.
— Pero ¿sabes? Te noté en cuanto entraste en la habitación...
Esta frase proviene de una famosa serie británica.
Y sí, suena terriblemente cierta.
Demasiado a menudo, el único “rasgo” que recordamos de una persona mayor es… su edad.
Nadie dice: “Ella era profesora de literatura” o “Él fue ingeniero civil.”
Simplemente decimos: “Tiene más de ochenta” o “Debe de tener al menos noventa.”
Con los años, el número de personas que conocen la verdadera historia de alguien mayor disminuye.
Quién fue, qué amaba, en qué era excelente…
todo eso se va borrando lentamente.
¿Los amigos?
Se han ido. O están encerrados en casa, casi inmóviles, saliendo solo hasta la panadería de la esquina.
¿Los hijos?
Hace mucho tiempo construyeron su propia vida, con sus propias preocupaciones.
A veces llaman, y — muy de vez en cuando — pasan a tomar un café o un té.
En el edificio, llegan nuevos vecinos: padres jóvenes con cochecitos, hombres cargando bolsas de compras
y ya nadie conoce el nombre de la señora del segundo piso.
En la tienda del barrio, los dependientes han cambiado.
Ya no hay rostros familiares.
De las personas mayores del vecindario apenas se conoce el número de apartamento y una estimación de su edad.
Pero lo que ocurre detrás de esa puerta… a nadie le interesa.
Un mundo invisible.
No nos damos cuenta de que, poco a poco, se forma un vacío alrededor de nuestros mayores.
No entendemos por qué mamá llama diez veces al día “por tonterías”.
O por qué papá vuelve a pedir detalles que parecen inútiles.
Tienen miedo de ser completamente olvidados.
Quieren ser escuchados, reconocidos… aunque solo sea por una voz.
La vejez no es solo una cuestión de años.
Es invisibilidad.
Es soledad.
Es la necesidad inmensa de sentirse aún importante para alguien.