Compramos energía a futuro

PEDRO MARTINEZ: El abuelo Adil siempre decía que los árboles eran los...

El abuelo Adil siempre decía que los árboles eran los mejores maestros.
—Escucha, Karim —me dijo una tarde de otoño, mientras barremos hojas en el patio—, la vida es como este árbol. Fíjate bien.
Señaló el viejo nogal del jardín. Sus ramas se extendían hacia el cielo, algunas torcidas, otras fuertes. La corteza tenía marcas como arrugas, y un par de ramas parecían rotas, pero aún sostenían hojas.
—Algunas ramas son fuertes —continuó—, otras frágiles, pero todas forman parte del mismo tronco. Así somos nosotros. Con partes que aguantan cualquier tormenta… y otras que crujen con el primer viento.
Yo tenía 19 años, acababa de dejar la universidad porque no soportaba a mi profesor de arquitectura y sentía que todo en mí era un fracaso. El abuelo lo notó, como siempre.
— ¿Y si el tronco se parte, abuelo?
—No se parte, Karim. Solo se parte si olvida de dónde vienen sus raíces. Por eso siempre debes recordar de dónde vienes… pero nunca dejes de mirar hacia dónde vas.
Ese día no dije nada. Pero sus palabras se quedaron conmigo.
Años después, en pleno invierno de mi vida, cuando me despidieron sin previo aviso, cuando terminé una relación de años y me sentía solo en una ciudad que ya no reconocía… me encontré caminando por un parque. Y vi un árbol enorme, completamente seco, pero de pie. Majestuoso. Digno.
Me senté frente a él y, sin pensarlo, le hablé al abuelo como si aún estuviera ahí:
— ¿Qué hago ahora?
Y en mi cabeza, lo escuché con la misma calma de siempre:
“Lo importante no es lo rápido que llegues… sino lo sólido que seas cuando llegues.”
Lloré. No de tristeza. De claridad.
Volví a casa, saqué mis libretas, recuperé mis diseños, y empecé desde cero. No para demostrarle a nadie… sino para honrar ese tronco que me sostenía por dentro.
Hace unos meses, planté un árbol frente a mi taller. Es pequeño, pero ya se le ven las ganas de crecer. Cuando mi hija de 7 años me preguntó por qué lo planté, le dije:
—Porque algún día, cuando sientas que todo tiembla, quiero que recuerdes que tienes raíces.
Y entonces, le conté la historia de su bisabuelo. Y del árbol del patio. Y de cómo cada experiencia —buena o mala— nos hace crecer.
Porque a veces, las ramas se quiebran, pero el árbol no cae. Solo aprende a resistir mejor la próxima tormenta.
Ankor Inclán