Mateo tenía 60 años cuando le dijeron que su puesto de tacos debía cerrar. La calle donde cocinaba desde hacía tres décadas iba a ser renovada. “Progreso”, decían los carteles. Para él, era una condena.
— ¿Y ahora qué hago, Lupita? —preguntó mirando sus manos gastadas por el calor del comal.
—Lo que sabes hacer —respondió su hija—. Pero en otro lugar.
— ¿Y quién va a ir a una fonda con un viejo que solo sabe preparar tacos al pastor?
—Tal vez… todos.
Lupita consiguió un pequeño local en la esquina de un mercado de Iztapalapa. Las paredes eran grises. El piso, de cemento partido. Pero Mateo llevó su trompo, su cuchillo, sus recetas… y su alma.
El primer día no llegó nadie.
El segundo, solo dos vecinos.
El tercero, un joven con cámara de TikTok.
— ¿Puedo grabarlo mientras cocina? —preguntó.
—Si no estorbas, sí —dijo Mateo, con una ceja alzada.
El video se volvió viral. “El maestro del pastor”, lo llamaron.
En una semana, la fonda se llenó.
Pero no por la fama, sino por el sabor.
La carne marinada en achiote, naranja agria y especias. La piña dorada cayendo como corona sobre la tortilla. El cilantro fresco. La cebolla picada al ritmo del cuchillo de Mateo.
Un día, entró una mujer mayor. Lo miró con ojos húmedos.
— ¿Se acuerda de mí? Era su alumna en la secundaria. Usted me dio mi primer taco gratis. Cuando no tenía ni para comer.
Mateo sonrió. Le sirvió tres.
—El primero es por la memoria. El segundo, por lo que lograste. El tercero… por lo que aún te falta vivir.
Hoy, la fonda se llama “El Sueño no se Rinde”. Mateo no piensa jubilarse. Dice que ahora cocina no solo por hambre… sino por esperanza.
Y sobre la entrada, en letras pintadas a mano, se lee:
“Un taco bien hecho puede devolverle el alma a quien ya no se atrevía a soñar.”
— ¿Y ahora qué hago, Lupita? —preguntó mirando sus manos gastadas por el calor del comal.
—Lo que sabes hacer —respondió su hija—. Pero en otro lugar.
— ¿Y quién va a ir a una fonda con un viejo que solo sabe preparar tacos al pastor?
—Tal vez… todos.
Lupita consiguió un pequeño local en la esquina de un mercado de Iztapalapa. Las paredes eran grises. El piso, de cemento partido. Pero Mateo llevó su trompo, su cuchillo, sus recetas… y su alma.
El primer día no llegó nadie.
El segundo, solo dos vecinos.
El tercero, un joven con cámara de TikTok.
— ¿Puedo grabarlo mientras cocina? —preguntó.
—Si no estorbas, sí —dijo Mateo, con una ceja alzada.
El video se volvió viral. “El maestro del pastor”, lo llamaron.
En una semana, la fonda se llenó.
Pero no por la fama, sino por el sabor.
La carne marinada en achiote, naranja agria y especias. La piña dorada cayendo como corona sobre la tortilla. El cilantro fresco. La cebolla picada al ritmo del cuchillo de Mateo.
Un día, entró una mujer mayor. Lo miró con ojos húmedos.
— ¿Se acuerda de mí? Era su alumna en la secundaria. Usted me dio mi primer taco gratis. Cuando no tenía ni para comer.
Mateo sonrió. Le sirvió tres.
—El primero es por la memoria. El segundo, por lo que lograste. El tercero… por lo que aún te falta vivir.
Hoy, la fonda se llama “El Sueño no se Rinde”. Mateo no piensa jubilarse. Dice que ahora cocina no solo por hambre… sino por esperanza.
Y sobre la entrada, en letras pintadas a mano, se lee:
“Un taco bien hecho puede devolverle el alma a quien ya no se atrevía a soñar.”