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PEDRO MARTINEZ: EL COLIBRÍ el pájaro más pequeño del mundo....

EL COLIBRÍ el pájaro más pequeño del mundo.

—Mamá… hay una abeja volando en círculos.
— ¿Dónde?
—Allí, cerca de la flor morada.
La mujer alzó la vista y se detuvo en seco.
—No es una abeja, Emma. Es… un colibrí abeja.
— ¿Un qué?
—El ave más pequeña del mundo.
Emma entrecerró los ojos. El animal flotaba en el aire como si el viento lo sostuviera con dedos invisibles. Tenía el cuerpo del tamaño de un dedal, alas que zumbaban como un poema apurado y un pico que parecía una aguja encantada.
— ¡No puede ser un pájaro! ¡Los pájaros no son así!
—Él… tampoco.
Es otra cosa.
Una mujer mayor, sentada en un banco cercano del jardín botánico, escuchó la conversación y se unió con voz pausada:
—Lo llaman “zunzuncito” en Cuba. Y si tienes suerte… verás que no vuela. Baila.
Emma la miró asombrada.
— ¿Cómo que baila?
—Mueve las alas más de ochenta veces por segundo. No planea. No se posa mucho. Vive suspendido entre la flor y el instante.
— ¿Y no se cansa?
—Sí. Mucho. Por eso necesita alimentarse cada pocos minutos. Come néctar. Y el azúcar es su gasolina. Si pasa una hora sin comer… puede morir.
— ¡¿Una hora?!
La madre asintió.
—Su vida es tan intensa que no puede parar. Tiene el corazón más rápido del mundo. Pero duerme profundamente… como si el universo entero le cantara una nana.
Emma lo siguió con la mirada.
— ¿Y por qué es tan pequeño?
—No se sabe del todo —dijo la mujer mayor—. Pero en este mundo, a veces lo más liviano es lo que sostiene lo más grande.
— ¿Y no le dan miedo los otros pájaros?
—Él no compite —dijo la madre—. Solo aparece, brilla, y se va. Como un secreto que no quiere ser descubierto.
Emma se quedó callada.
— ¿Y si nadie lo ve?
La mujer del banco respondió:
—Entonces vuela igual. Porque él no necesita testigos. Solo flores.
El colibrí se acercó a una bugambilia. Su cuerpo vibraba con tanta rapidez que parecía desaparecer por momentos. Luego se detuvo un segundo en el aire, como si posara para una foto invisible.
Y entonces… se fue.
— ¿Mamá?
— ¿Sí?
— ¿Crees que alguien lo ha tocado alguna vez?
—No lo sé.
—Yo no querría tocarlo —dijo Emma, pensativa—. Solo… que supiera que lo vi.
Esa noche, en redes sociales, alguien subió una imagen del diminuto colibrí en mitad del aire. El texto decía:
“Hoy vi algo tan pequeño que casi no existe…
Pero me dejó el alma llena.”