“ ¿Otra vez arroz con huevo, mamá? ¡No aguanto más esta miseria!” — gritó con rabia.
La madre tembló. La cuchara cayó de sus manos.
—“Es lo único que tenemos, hijo…” — susurró con vergüenza.
Él lanzó el plato. El arroz voló por el suelo. Algunos granos quedaron pegados en el rostro de la madre.
—“ ¡Pues cómetelo tú sola, esta porquería!” — gritó antes de irse.
Ella, en silencio, recogió los granos con los dedos.
Y esa noche, como todas, se arrodilló junto a su cama.
Oró. Por él.
Días después, el hijo anunció:
—“Me voy a la gran ciudad. Estoy harto de esta vida miserable.”
Ella no lloró. Solo le tomó la mano:
—“Prométeme contestar mis llamadas. Porque el día que deje de llamarte… será porque ya me fui.”
Él soltó su mano y se marchó.
En la ciudad, trabajó en lo que pudo: cargando cajas, vigilando discotecas, mezclando cemento.
Siempre con hambre. Siempre con deudas.
Pero todos los días, el celular sonaba.
Era ella.
—“Hola, hijo… ¿estás bien?”
—“Estoy ocupado, mamá. Chao.”
Hasta que un día… el teléfono no sonó.
El silencio… gritó.
Él supo lo que significaba.
No lloró. No llamó. Ni siquiera fue al entierro.
Pasaron meses. La miseria lo empujó a aceptar un trabajo sucio:
—“Es dinero fácil. Solo maneja este coche.”
Era un auto lleno de droga. Lo sabía. Pero aceptó.
Se subió, puso las manos en el volante…
y el celular vibró. Número desconocido.
—“Hijo… no vayas. No hagas ese viaje. Regresa. Cuídate.”
La voz… era de ella.
Él quedó helado.
—“ ¿Mamá? ¿Estás viva?”
La llamada se cortó.
Intentó devolverla: Número inexistente.
Corrió de vuelta a casa.
Pero la noticia lo destrozó:
—“Tu madre falleció hace un mes…”
En su cuarto encontró marcas de rodillas al lado de la cama.
Su lista de oración.
Su nombre escrito todos los días… hasta el último.
Sobre la mesa, una hoja doblada:
"Señor, si muero ya no podré orar por mi hijo. Entonces… te lo entrego.
Y si un día está en peligro, por favor… avísale. Llámalo a este número.”
En ese instante, el celular vibró otra vez.
Noticia urgente:
“Coche acribillado a balazos. Conductor muerto.”
La foto era del coche que él debía manejar esa noche.
Se desplomó de rodillas.
Y entendió.
La llamada vino del cielo.
Dios usó la última oración de una madre… para salvar a un hijo ingrato.
Moraleja
Si aún recibes esa llamada todos los días… contéstala.
Antes de que nunca más suene.
La madre tembló. La cuchara cayó de sus manos.
—“Es lo único que tenemos, hijo…” — susurró con vergüenza.
Él lanzó el plato. El arroz voló por el suelo. Algunos granos quedaron pegados en el rostro de la madre.
—“ ¡Pues cómetelo tú sola, esta porquería!” — gritó antes de irse.
Ella, en silencio, recogió los granos con los dedos.
Y esa noche, como todas, se arrodilló junto a su cama.
Oró. Por él.
Días después, el hijo anunció:
—“Me voy a la gran ciudad. Estoy harto de esta vida miserable.”
Ella no lloró. Solo le tomó la mano:
—“Prométeme contestar mis llamadas. Porque el día que deje de llamarte… será porque ya me fui.”
Él soltó su mano y se marchó.
En la ciudad, trabajó en lo que pudo: cargando cajas, vigilando discotecas, mezclando cemento.
Siempre con hambre. Siempre con deudas.
Pero todos los días, el celular sonaba.
Era ella.
—“Hola, hijo… ¿estás bien?”
—“Estoy ocupado, mamá. Chao.”
Hasta que un día… el teléfono no sonó.
El silencio… gritó.
Él supo lo que significaba.
No lloró. No llamó. Ni siquiera fue al entierro.
Pasaron meses. La miseria lo empujó a aceptar un trabajo sucio:
—“Es dinero fácil. Solo maneja este coche.”
Era un auto lleno de droga. Lo sabía. Pero aceptó.
Se subió, puso las manos en el volante…
y el celular vibró. Número desconocido.
—“Hijo… no vayas. No hagas ese viaje. Regresa. Cuídate.”
La voz… era de ella.
Él quedó helado.
—“ ¿Mamá? ¿Estás viva?”
La llamada se cortó.
Intentó devolverla: Número inexistente.
Corrió de vuelta a casa.
Pero la noticia lo destrozó:
—“Tu madre falleció hace un mes…”
En su cuarto encontró marcas de rodillas al lado de la cama.
Su lista de oración.
Su nombre escrito todos los días… hasta el último.
Sobre la mesa, una hoja doblada:
"Señor, si muero ya no podré orar por mi hijo. Entonces… te lo entrego.
Y si un día está en peligro, por favor… avísale. Llámalo a este número.”
En ese instante, el celular vibró otra vez.
Noticia urgente:
“Coche acribillado a balazos. Conductor muerto.”
La foto era del coche que él debía manejar esa noche.
Se desplomó de rodillas.
Y entendió.
La llamada vino del cielo.
Dios usó la última oración de una madre… para salvar a un hijo ingrato.
Moraleja
Si aún recibes esa llamada todos los días… contéstala.
Antes de que nunca más suene.