EL COFRE QUE NO SE LLENABA
En la aldea de Tsukihara vivía un comerciante llamado Noboru, famoso por su ambición. Había heredado una pequeña tienda de su padre, pero nunca estaba satisfecho. Cada año compraba más tierras, más mercancías, más animales de carga. Aun así, siempre murmuraba:
—No es suficiente.
Un día, escuchó que en el templo cercano el maestro Enso enseñaba cómo alcanzar la verdadera abundancia. Intrigado, subió la colina con paso altivo.
—Maestro —dijo inclinándose apenas—, he acumulado dinero, arroz y propiedades, pero sigo sintiendo un vacío. Quiero que me enseñes cómo llenarlo.
Enso lo miró con calma y le entregó un cofre de madera vacío.
—Llévalo contigo. Llénalo cada día con lo que consideres más valioso. Cuando esté completo, regresa.
Noboru se rió.
— ¡Eso es fácil!
Durante meses, guardó monedas, joyas, telas finas. El cofre se llenaba rápido, pero cada vez que lo abría al día siguiente, estaba otra vez vacío. Confundido, lo llenaba una y otra vez, sin lograr conservar nada.
—Este cofre está embrujado —se quejaba a los aldeanos—. Todo lo que pongo desaparece.
Intrigado, un campesino llamado Ren le preguntó:
— ¿Qué es lo que guardas?
—Lo más valioso: oro, plata, bienes.
Ren sonrió.
—Entonces nunca estará lleno.
Noboru regresó furioso al templo y arrojó el cofre a los pies del maestro.
— ¡Tu truco es una burla! Nada permanece en él.
Enso respondió sereno:
—Ese cofre eres tú. Lo que metes en él son cosas que el tiempo siempre borra. Ningún objeto puede llenar el vacío de un corazón codicioso.
El comerciante, incrédulo, gritó:
— ¿Y qué debería poner entonces?
El maestro lo llevó a la plaza del pueblo. Allí vio a un niño hambriento recibiendo un bol de arroz de una anciana, y a dos campesinos compartiendo leña para el invierno.
—Llena tu cofre con actos de compasión —dijo Enso—. Eso no desaparece, porque no lo guardas en madera ni en metal, sino en la memoria de otros.
Con desdén, Noboru decidió probar. Al día siguiente ayudó a un vecino a reparar su techo. Cuando abrió el cofre al amanecer, encontró una pequeña piedra brillante dentro.
Intrigado, siguió dando: compartió arroz con huérfanos, pagó las deudas de una viuda, enseñó a jóvenes a comerciar sin engaños. Y cada vez que abría el cofre, aparecía una nueva piedra.
Con los meses, el cofre se llenó de luz. Entonces comprendió: el vacío no se saciaba con lo que acumulaba, sino con lo que entregaba.
Noboru volvió al templo, con lágrimas en los ojos.
—Maestro, ahora lo entiendo. El cofre nunca estuvo vacío… era yo quien lo estaba.
Enso sonrió.
—Cuando dejas de buscar con las manos, empiezas a encontrar con el corazón.
Desde ese día, el comerciante cambió. Siguió trabajando, pero ya no para acumular, sino para sostener a otros. Y en la aldea de Tsukihara se repetía una frase que los niños aprendían desde pequeños:
“El cofre de la codicia nunca se llena. El cofre de la generosidad nunca se vacía.”
En la aldea de Tsukihara vivía un comerciante llamado Noboru, famoso por su ambición. Había heredado una pequeña tienda de su padre, pero nunca estaba satisfecho. Cada año compraba más tierras, más mercancías, más animales de carga. Aun así, siempre murmuraba:
—No es suficiente.
Un día, escuchó que en el templo cercano el maestro Enso enseñaba cómo alcanzar la verdadera abundancia. Intrigado, subió la colina con paso altivo.
—Maestro —dijo inclinándose apenas—, he acumulado dinero, arroz y propiedades, pero sigo sintiendo un vacío. Quiero que me enseñes cómo llenarlo.
Enso lo miró con calma y le entregó un cofre de madera vacío.
—Llévalo contigo. Llénalo cada día con lo que consideres más valioso. Cuando esté completo, regresa.
Noboru se rió.
— ¡Eso es fácil!
Durante meses, guardó monedas, joyas, telas finas. El cofre se llenaba rápido, pero cada vez que lo abría al día siguiente, estaba otra vez vacío. Confundido, lo llenaba una y otra vez, sin lograr conservar nada.
—Este cofre está embrujado —se quejaba a los aldeanos—. Todo lo que pongo desaparece.
Intrigado, un campesino llamado Ren le preguntó:
— ¿Qué es lo que guardas?
—Lo más valioso: oro, plata, bienes.
Ren sonrió.
—Entonces nunca estará lleno.
Noboru regresó furioso al templo y arrojó el cofre a los pies del maestro.
— ¡Tu truco es una burla! Nada permanece en él.
Enso respondió sereno:
—Ese cofre eres tú. Lo que metes en él son cosas que el tiempo siempre borra. Ningún objeto puede llenar el vacío de un corazón codicioso.
El comerciante, incrédulo, gritó:
— ¿Y qué debería poner entonces?
El maestro lo llevó a la plaza del pueblo. Allí vio a un niño hambriento recibiendo un bol de arroz de una anciana, y a dos campesinos compartiendo leña para el invierno.
—Llena tu cofre con actos de compasión —dijo Enso—. Eso no desaparece, porque no lo guardas en madera ni en metal, sino en la memoria de otros.
Con desdén, Noboru decidió probar. Al día siguiente ayudó a un vecino a reparar su techo. Cuando abrió el cofre al amanecer, encontró una pequeña piedra brillante dentro.
Intrigado, siguió dando: compartió arroz con huérfanos, pagó las deudas de una viuda, enseñó a jóvenes a comerciar sin engaños. Y cada vez que abría el cofre, aparecía una nueva piedra.
Con los meses, el cofre se llenó de luz. Entonces comprendió: el vacío no se saciaba con lo que acumulaba, sino con lo que entregaba.
Noboru volvió al templo, con lágrimas en los ojos.
—Maestro, ahora lo entiendo. El cofre nunca estuvo vacío… era yo quien lo estaba.
Enso sonrió.
—Cuando dejas de buscar con las manos, empiezas a encontrar con el corazón.
Desde ese día, el comerciante cambió. Siguió trabajando, pero ya no para acumular, sino para sostener a otros. Y en la aldea de Tsukihara se repetía una frase que los niños aprendían desde pequeños:
“El cofre de la codicia nunca se llena. El cofre de la generosidad nunca se vacía.”