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PEDRO MARTINEZ: Cada tarde, a la misma hora, don Elías se sentaba en...

Cada tarde, a la misma hora, don Elías se sentaba en la banca del parque con un cuaderno en las rodillas. Tenía 84 años, las manos temblorosas y la mirada de quien ha vivido más de lo que ha contado.
Un día, Sofía, una joven de unos 30 años que pasaba por ahí a menudo, se armó de valor y se sentó a su lado.
— ¿Qué escribe todos los días? —preguntó con una sonrisa tímida.
Elías cerró el cuaderno con suavidad y la miró.
—Escribo lo que nunca dije. Lo que me guardé por orgullo, por miedo, o porque ya era tarde.
— ¿Y no es tarde ahora?
—No para el papel. El papel no juzga.
Hubo un silencio breve, casi sagrado.
— ¿Puedo leer algo? —se atrevió a pedir Sofía.
El anciano dudó unos segundos, y luego, con una lentitud ceremoniosa, abrió el cuaderno en una página marcada con una flor seca.
—Este lo escribí ayer —dijo, y le tendió el cuaderno.
Sofía leyó en voz baja:
“A mi hijo: Te vi llorar una vez detrás de la puerta. Tenías 15 años y creí que estabas rebelándote. Pero no, solo necesitabas un abrazo. Y yo, en vez de darte amor, te di un sermón. Perdóname por no entenderte a tiempo.”
Sofía sintió un nudo en la garganta. Le devolvió el cuaderno con cuidado.
— ¿Y se lo ha mostrado?
—No. Murió hace ocho años. Nunca me atreví a decirle todo lo que me dolía.
—Tal vez debería publicarlo, o dejarlo en una biblioteca. Es hermoso.
—No, niña. Este cuaderno no es para que otros me lean. Es para que yo me libere.
Sofía volvió cada día. Se sentaban juntos, hablaban poco y, a veces, Elías le leía alguna página.
Una tarde, él le dijo:
— ¿Tú qué te callas, Sofía?
Ella bajó la vista.
—Que todavía no he perdonado a mi madre por irse cuando más la necesitaba.
— ¿Y escribírselo? —propuso él, ofreciéndole una hoja suelta.
Ella la tomó. Escribió durante veinte minutos, sin levantar la cabeza. Al terminar, estaba llorando.
— ¿Te sientes mejor? —preguntó Elías.
—Sí —respondió—. Como si hubiera soltado una piedra que llevaba años dentro.
Entonces Elías le tendió su cuaderno.
—Guárdalo tú. Yo ya no tengo mucho tiempo. Pero tú puedes llenarlo con las cosas que no se dicen… hasta que algún día las puedas decir.
Dos semanas después, Elías no apareció más.
Sofía preguntó a los vecinos. Le dijeron que había muerto en su casa, tranquilo, con una foto en la mano.