Julita vivía en el pueblo desde siempre.
Pequeña, encorvada, con la mirada baja y el delantal siempre manchado de harina.
Decían que no sabía decir “no”.
—Julita, ¿puedes cuidar a mis hijos esta tarde?
—Claro, hija.
—Julita, ¿te importa hacerme el favor de ir a por el pan?
—Faltaba más.
—Julita, ¿puedes prestarme tu horno?
—Con gusto, llévate la llave.
Y todos murmuraban:
—Pobre Julita… tan buena que parece boba.
—Un día se van a aprovechar de ella del todo.
Pero Julita nunca se quejaba.
Sonreía, decía “sí” con la misma dulzura con la que amasaba el pan, y seguía su vida sin molestar a nadie.
Un día, llegó al pueblo una joven periodista que quería escribir sobre “personas invisibles que sostienen el mundo”.
Alguien le habló de Julita.
Ella fue a verla con libreta en mano y una mirada de ciudad.
— ¿No cree que dicen “sí” porque le da miedo quedar mal? —le preguntó, mientras Julita batía huevos.
Julita no respondió.
Solo le ofreció una taza de leche caliente.
— ¿No le molesta que abusen de su bondad?
— ¿Y usted cree que no me doy cuenta? —dijo Julita, con una chispa inesperada en los ojos—. Yo sé quién viene con corazón… y quién viene con intención. Pero cada “sí” que doy, lo doy porque quiero. Y si un día no quiero, simplemente no estoy.
— ¿Entonces no es que no sabe decir “no”?
Julita se rió bajito.
—No, hija. Es que sé cuándo no hace falta decirlo.
La periodista la miró, sorprendida.
— ¿Y si se aprovechan de usted?
Julita dejó la cuchara, se limpió las manos y se acercó a la ventana.
— ¿Ve esa higuera? Lleva dando frutos más de treinta años. Algunos vienen y se llevan de más. Otros la riegan sin decir nada. Pero ella sigue ahí, creciendo tranquila, sin dejar de dar.
Y un día, hasta el que robó… regresa a cuidarla.
La periodista no escribió la nota.
Escribió un libro.
Julita siguió igual.
Diciendo “sí” cuando quería.
Y “no” sin necesidad de decirlo.
Hay quienes parecen tontos porque no discuten.
Pero en realidad…
ya aprendieron que no todo se gana hablando.
Y no todo se pierde callando.
Pequeña, encorvada, con la mirada baja y el delantal siempre manchado de harina.
Decían que no sabía decir “no”.
—Julita, ¿puedes cuidar a mis hijos esta tarde?
—Claro, hija.
—Julita, ¿te importa hacerme el favor de ir a por el pan?
—Faltaba más.
—Julita, ¿puedes prestarme tu horno?
—Con gusto, llévate la llave.
Y todos murmuraban:
—Pobre Julita… tan buena que parece boba.
—Un día se van a aprovechar de ella del todo.
Pero Julita nunca se quejaba.
Sonreía, decía “sí” con la misma dulzura con la que amasaba el pan, y seguía su vida sin molestar a nadie.
Un día, llegó al pueblo una joven periodista que quería escribir sobre “personas invisibles que sostienen el mundo”.
Alguien le habló de Julita.
Ella fue a verla con libreta en mano y una mirada de ciudad.
— ¿No cree que dicen “sí” porque le da miedo quedar mal? —le preguntó, mientras Julita batía huevos.
Julita no respondió.
Solo le ofreció una taza de leche caliente.
— ¿No le molesta que abusen de su bondad?
— ¿Y usted cree que no me doy cuenta? —dijo Julita, con una chispa inesperada en los ojos—. Yo sé quién viene con corazón… y quién viene con intención. Pero cada “sí” que doy, lo doy porque quiero. Y si un día no quiero, simplemente no estoy.
— ¿Entonces no es que no sabe decir “no”?
Julita se rió bajito.
—No, hija. Es que sé cuándo no hace falta decirlo.
La periodista la miró, sorprendida.
— ¿Y si se aprovechan de usted?
Julita dejó la cuchara, se limpió las manos y se acercó a la ventana.
— ¿Ve esa higuera? Lleva dando frutos más de treinta años. Algunos vienen y se llevan de más. Otros la riegan sin decir nada. Pero ella sigue ahí, creciendo tranquila, sin dejar de dar.
Y un día, hasta el que robó… regresa a cuidarla.
La periodista no escribió la nota.
Escribió un libro.
Julita siguió igual.
Diciendo “sí” cuando quería.
Y “no” sin necesidad de decirlo.
Hay quienes parecen tontos porque no discuten.
Pero en realidad…
ya aprendieron que no todo se gana hablando.
Y no todo se pierde callando.