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PEDRO MARTINEZ: En un pequeño pueblo costero de Japón, en la época...

En un pequeño pueblo costero de Japón, en la época en que los barcos aún eran de madera y el mar dictaba el destino de todos, vivía Haru Tanaka, un pescador que había heredado de su padre y su abuelo no solo la barca familiar, sino también una lección que repetía como un rezo: “Cuando el mar no te deja salir, trabaja en lo que puedas controlar.”
Era pleno invierno y una tormenta rugía desde hacía días. Las olas golpeaban el malecón con tal fuerza que ni los más valientes osaban acercarse al puerto. Para muchos pescadores, aquello era tiempo perdido. Pasaban las horas en la taberna, bebiendo sake y lamentándose de la mala fortuna.
Pero Haru no. Al amanecer, mientras el viento silbaba como un lobo en la noche, se sentaba en el pequeño cobertizo junto a su casa y comenzaba su ritual: revisaba cada red, cada nudo, buscando desgastes invisibles; afilaba los cuchillos de despiece hasta que brillaban como espejos; engrasaba las poleas, reparaba la madera astillada de los remos y, cuando todo parecía listo, volvía a empezar.
Un joven aprendiz, Ryota, intrigado por su constancia, se acercó un día y le preguntó:
— ¿Por qué trabajas tanto si no sabemos cuándo podremos volver al mar?
Haru sonrió sin dejar de enhebrar una red.
—Porque cuando la tormenta pase, el que esté preparado saldrá primero, pescará más y volverá antes a casa. Los demás estarán reparando lo que yo ya he arreglado.
Esa respuesta quedó grabada en la mente del muchacho.
Una semana después, el cielo amaneció despejado y el mar, aunque aún movido, permitía la navegación. Los pescadores corrieron al puerto, pero muchos encontraron sus redes rotas, sus barcos con daños o sus herramientas sin filo. Haru y Ryota, en cambio, fueron los primeros en zarpar.
Ese día, regresaron con la captura más abundante que el pueblo había visto en meses. La venta les dio lo suficiente para pasar el invierno sin preocupaciones, y Haru compartió parte de su ganancia con las familias que no habían podido salir a tiempo.
Esa noche, mientras el aroma del pescado asado llenaba la calle, Ryota le dijo:
—Ahora entiendo… No se trata de esperar a que todo esté bien para empezar a trabajar. Se trata de trabajar incluso cuando parece que no sirve de nada.
Haru asintió y respondió:
—Porque incluso en la quietud, hay progreso. Y quien aprende eso, nunca pasa hambre.
Desde entonces, en ese pueblo, cada vez que el mar se embravecía y las olas impedían salir a pescar, los hombres y mujeres repetían como un mantra:
“Cuando los pescadores no pueden ir al mar, reparan redes.”