Durante años, una dulce ancianita francesa atendía su pequeña tienda en un tranquilo pueblo. Todo transcurría en calma… hasta que un enorme supermercado abrió justo enfrente.
Sin perder tiempo, el supermercado colocó un gran cartel:
Mantequilla – 10 euros.
La señora, nada intimidada, respondió colocando su propio cartel:
Mantequilla – 9 euros.
Al día siguiente, el supermercado contraatacó:
Mantequilla – 8 euros.
La anciana volvió a ajustar su precio:
Mantequilla – 7 euros.
Y así siguió la “batalla” por varios días, bajando y bajando los precios. Hasta que un cliente preocupado entró a la tienda, miró el cartel y le dijo:
—Madame, ¡usted no puede seguir así! Las grandes cadenas pueden soportarlo, ¡pero una tiendita como la suya se va a arruinar!
La señora se acercó, sonrió con picardía y le susurró:
—Monsieur… yo ni siquiera vendo mantequilla.
A veces, la experiencia vale más que el tamaño del negocio.
Sin perder tiempo, el supermercado colocó un gran cartel:
Mantequilla – 10 euros.
La señora, nada intimidada, respondió colocando su propio cartel:
Mantequilla – 9 euros.
Al día siguiente, el supermercado contraatacó:
Mantequilla – 8 euros.
La anciana volvió a ajustar su precio:
Mantequilla – 7 euros.
Y así siguió la “batalla” por varios días, bajando y bajando los precios. Hasta que un cliente preocupado entró a la tienda, miró el cartel y le dijo:
—Madame, ¡usted no puede seguir así! Las grandes cadenas pueden soportarlo, ¡pero una tiendita como la suya se va a arruinar!
La señora se acercó, sonrió con picardía y le susurró:
—Monsieur… yo ni siquiera vendo mantequilla.
A veces, la experiencia vale más que el tamaño del negocio.