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PEDRO MARTINEZ: PALESTINA...

PALESTINA

Una guerra sin fin es el campo de batalla de una infancia rota por el conflicto, y la eternidad como único refugio.
"No me duele, no me duele", se repetía el niño mientras caminaba de vuelta a casa. Venía del campo de refugiados, cargando en su espalda una bolsa de víveres. Sus pisadas se acompasaban con el sonido de los granos de azúcar mezclados con las gotas de sangre que caían al suelo.
Un soldado lo sorprendió cruzando la frontera y disparó varias veces. Las balas dieron en el blanco. El pequeño corrió desesperado, sin saber siquiera que había sido herido, al menos no de forma inmediata.
En su mente, solo existía un objetivo: llegar a casa. Allí lo esperaba su hermana menor. Él estaba encargado de ella desde que sus padres murieron, meses atrás, en uno de los primeros bombardeos sobre las zonas residenciales. El destino le había impuesto el papel de ser “el hombre de la casa”, o así lo sentía, con apenas siete años. Su deber era proteger a su hermana, incluso antes que a sí mismo.
Sus ojos se nublaban. Sus piernas comenzaban a ceder. No quería detenerse, pero la bolsa en su espalda se hacía cada vez más pesada. Las heridas de bala le quemaban la piel. Aun así, no se detuvo. Su mente le suplicaba rendirse, detenerse en ese mismo instante… pero su corazón lo empujaba hacia adelante.
Durante la marcha, perdió la mitad de su sangre, derramada sobre el suelo, brotando de su espalda. Pese a ello, debía llegar con Asmeth. Su voluntad era inquebrantable. El dolor lo sentía como esferas de fuego punzándole la carne. Lo aturdía. Lo desorientaba. Pero continuó. A cualquier precio, volvería a verla. Tenía que cuidarla.
Una explosión frente a él lo cubrió de tierra. El polvo suspendido en el aire no le permitía ver nada. La espalda dejó de dolerle. La sangre en su ropa ya no estaba. El ruido de las balas cesó. Una paz repentina lo envolvía todo. Aunque el entorno se veía distorsionado, poco a poco, entre la bruma, apareció Asmeth, a unos pasos de él. Estaba de pie, sonriéndole.
—Llegaste, cumpliste tu promesa —le dijo ella.
El hermano asintió. Caminó hacia ella y le tomó la mano.
—Vámonos a casa —le respondió.
La pequeña sonrió.
— ¿Sabes?, ellos volvieron a casa. Nuestros padres nos esperan —agregó emocionada.
Una luz en el horizonte los guio. Allí, sus padres los esperaban.
—Fuiste valiente —le dijo su padre.
Una luz blanca los envolvió a todos. Sus risas hicieron eco en la eternidad. Allí convivirían los cuatro… para siempre.
--------- O -----
El muchacho con la bolsa de azúcar a cuestas fue derribado por un soldado. Ese mismo día, un dron de combate atacó la zona donde vivían y mató a la pequeña Asmeth.
Ambos hermanos, sin saberlo, murieron el mismo día.
Juntos subieron al cielo.