El gato que no se comió a los polluelos
En el corazón del pueblo de Ndimo, donde los árboles recordaban tu nombre y los secretos viajaban con el viento, vivía un gato llamado Obi. Silencioso, observador y sabio sin alardes, Obi caminaba por los tejados como un suspiro.
Un amanecer, encontró un nido lleno de polluelos rosados y temblorosos en el árbol junto a la choza de Mama Adaeze. Podría haber saltado. Podría haberlos devorado sin dejar rastro. Pero no lo hizo. Se quedó quieto. Observó. Y se fue.
Día tras día, Obi regresaba, y cada vez, elegía no actuar. Los animales comenzaron a murmurar. Algunos creían que estaba loco. Otros, que era sabio.
“Espera la paz, no la presa”, dijo la vieja tortuga Amaka.
Con el tiempo, los polluelos crecieron. Un día, la madre pájaro, Chidi, bajó para preguntar:
— ¿Por qué no los comiste?
—Porque podía hacerlo —respondíó Obi con calma—. Pero no lo hice. La fuerza no siempre está en los dientes. A veces, está en la elección de no usarlos.
Cuando Obi murió, no lo hizo solo. Chidi y sus pequeños estuvieron con él.
Desde entonces, ella construye su nido cerca de donde él solía descansar. Y cuando le preguntan por qué un pájaro llora por un gato, responde:
—Porque a veces, lo más fuerte que puedes hacer... es no hacer nada.
Lecciones que perduran:
En el corazón del pueblo de Ndimo, donde los árboles recordaban tu nombre y los secretos viajaban con el viento, vivía un gato llamado Obi. Silencioso, observador y sabio sin alardes, Obi caminaba por los tejados como un suspiro.
Un amanecer, encontró un nido lleno de polluelos rosados y temblorosos en el árbol junto a la choza de Mama Adaeze. Podría haber saltado. Podría haberlos devorado sin dejar rastro. Pero no lo hizo. Se quedó quieto. Observó. Y se fue.
Día tras día, Obi regresaba, y cada vez, elegía no actuar. Los animales comenzaron a murmurar. Algunos creían que estaba loco. Otros, que era sabio.
“Espera la paz, no la presa”, dijo la vieja tortuga Amaka.
Con el tiempo, los polluelos crecieron. Un día, la madre pájaro, Chidi, bajó para preguntar:
— ¿Por qué no los comiste?
—Porque podía hacerlo —respondíó Obi con calma—. Pero no lo hice. La fuerza no siempre está en los dientes. A veces, está en la elección de no usarlos.
Cuando Obi murió, no lo hizo solo. Chidi y sus pequeños estuvieron con él.
Desde entonces, ella construye su nido cerca de donde él solía descansar. Y cuando le preguntan por qué un pájaro llora por un gato, responde:
—Porque a veces, lo más fuerte que puedes hacer... es no hacer nada.
Lecciones que perduran: