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PEDRO MARTINEZ: En un pequeño pueblo vivía una familia humilde: padre,...

En un pequeño pueblo vivía una familia humilde: padre, madre, un niño y el abuelo.
El anciano había trabajado toda su vida, pero la vejez le robó la fuerza. Ya no podía producir, y ahora dependía de su hijo y su nuera... quienes lo veían como una carga.
Le daban los restos de comida. Usaba ropa vieja. Pasaba frío.
El único que parecía preocuparse por él era su nieto, quien a veces le daba parte de su comida. Pero los padres lo regañaban.
— ¡No desperdicies la comida en él! —decían.
El anciano se quejaba, lloraba, y la pareja repetía un viejo dicho:
—"Un buey viejo tropieza, y un anciano se queja."
Con el tiempo, la impaciencia fue más fuerte que el amor.
Un día, el padre decidió deshacerse del abuelo.
Compró un canastón grande y planeó dejarlo abandonado lejos, donde nadie lo encontrara.
La madre preguntó:
— ¿Y qué diremos si los vecinos preguntan?
—Diremos que quiso ir a pasar sus últimos días en un lugar sagrado —respondió el padre.
Lo que no sabían… es que su hijo había escuchado todo.
Esa noche, cuando el padre regresó con el canastón, esperó a que oscureciera.
Sin hacer ruido, puso al abuelo dentro.
— ¿A dónde me llevas? —preguntó el anciano.
—A un lugar donde te cuidarán —mintió su hijo.
El anciano, con voz rota, dijo:
—Te crié con amor… y ahora me pagas con abandono.
El niño, que observaba todo en silencio, gritó:
— ¡Papá, no te olvides de traer el canastón cuando regreses!
El hombre se detuvo.
— ¿Para qué lo quieres? —preguntó.
—Porque cuando tú seas viejo, yo también lo voy a necesitar.
Esa frase lo quebró.
No pudo dar un paso más.
Se dio media vuelta, cargó al abuelo… y lo llevó de vuelta a casa.
Desde ese día, el anciano nunca volvió a comer solo.
Y el amor que le habían negado… empezó a florecer otra vez.