“Fui el portero de un colegio donde nunca me dejaron entrar a estudiar… hoy tengo mi propia escuela para adultos que fueron rechazados.”
Pasaba los días abriendo la puerta de un colegio privado. Uniformes limpios, mochilas caras, autos de lujo. Yo saludaba con respeto. Nadie me devolvía el saludo. Una vez un niño me dijo: “ ¿Tú eres bruto por eso no estudias, cierto?” Lo miré y sonreí, pero por dentro me tragué una rabia que venía desde la infancia. Nunca pude estudiar. Me sacaron en tercero porque no podía pagar los libros.
Durante años, cuidé esa reja como si fuera miya, viendo pasar oportunidades que no eran para mí. Pero por las noches, en una silla de plástico y con una linterna, empecé a leer. Me compré libros usados. Vi videos. Me inscribí en cursos gratuitos. A los 41, aprendí a escribir sin miedo. A los 44, terminé el bachillerato. A los 46, fundé “Puertas Abiertas”, una escuela nocturna para adultos que fueron expulsados por la pobreza.
Hoy tengo tres sedes. En cada una, los salones llevan nombre de alguien que volvió a soñar: “Doña Gloria”, “Don Miguel”, “Yessenia la recicladora”. Enseñamos sin juzgar. Enseñamos con hambre de dignidad. Algunos de mis alumnos son más viejos que yo… pero tienen más ganas que cualquiera. Y cada graduación es una venganza sin odio contra el sistema que nos cerró la puerta.
Una vez, el mismo niño que me llamó bruto vino a dejar a su hijo… a estudiar conmigo. No me reconoció. Le di la bienvenida. Porque aprendí que uno no enseña para que le pidan perdón. Uno enseña para que nadie más tenga que fingir que no duele ser invisible.
“Hay puertas que se cierran en tu cara… y otras que tú mismo aprendes a construir para que nadie más se quede afuera.”
Pasaba los días abriendo la puerta de un colegio privado. Uniformes limpios, mochilas caras, autos de lujo. Yo saludaba con respeto. Nadie me devolvía el saludo. Una vez un niño me dijo: “ ¿Tú eres bruto por eso no estudias, cierto?” Lo miré y sonreí, pero por dentro me tragué una rabia que venía desde la infancia. Nunca pude estudiar. Me sacaron en tercero porque no podía pagar los libros.
Durante años, cuidé esa reja como si fuera miya, viendo pasar oportunidades que no eran para mí. Pero por las noches, en una silla de plástico y con una linterna, empecé a leer. Me compré libros usados. Vi videos. Me inscribí en cursos gratuitos. A los 41, aprendí a escribir sin miedo. A los 44, terminé el bachillerato. A los 46, fundé “Puertas Abiertas”, una escuela nocturna para adultos que fueron expulsados por la pobreza.
Hoy tengo tres sedes. En cada una, los salones llevan nombre de alguien que volvió a soñar: “Doña Gloria”, “Don Miguel”, “Yessenia la recicladora”. Enseñamos sin juzgar. Enseñamos con hambre de dignidad. Algunos de mis alumnos son más viejos que yo… pero tienen más ganas que cualquiera. Y cada graduación es una venganza sin odio contra el sistema que nos cerró la puerta.
Una vez, el mismo niño que me llamó bruto vino a dejar a su hijo… a estudiar conmigo. No me reconoció. Le di la bienvenida. Porque aprendí que uno no enseña para que le pidan perdón. Uno enseña para que nadie más tenga que fingir que no duele ser invisible.
“Hay puertas que se cierran en tu cara… y otras que tú mismo aprendes a construir para que nadie más se quede afuera.”