¿Darías tus piernas… a cambio de todo lo que deseas?
El niño lo miraba como si fuera de otro planeta.
Ropa impecable. Reloj de lujo. Un auto que parecía sacado de una película.
— ¿Te gusta el coche? —le preguntó el joven elegante, con una sonrisa amable.
El niño, con la ropa rota y los zapatos desgastados, solo asintió con los ojos bien abiertos.
—Debe ser increíble tener una vida como la tuya —susurró.
Entonces el joven se acercó. Se agachó hasta quedar a su altura. Lo miró fijo… y dijo algo que el niño jamás olvidaría:
—Hagamos un trato.
— ¿Qué trato?
—Te doy mi coche, mi dinero, mi casa, mi ropa… todo.
Pero tú me das tus piernas.
El niño frunció el ceño. No entendía.
— ¿Mis piernas?
—Sí. Porque yo no tengo.
Y entonces lo notó: el joven tenía prótesis.
— ¿Qué dices? ¿Aceptas? Yo te doy todo… y tú solo me das eso que usas cada día sin pensarlo.
El niño bajó la mirada. Sintió un nudo en la garganta. Y por primera vez en su vida… no se sintió pobre.
—No —respondió con voz bajita—. Gracias. Me quedo con mis piernas.
Y se fue caminando. Lento. Pensando.
Pero con una sonrisa distinta.
Moraleja:
A veces, lo que das por hecho…
es lo que alguien más daría todo por tener.
No necesitas tenerlo todo para ser rico.
Solo necesitas darte cuenta de lo valioso que ya tienes.
El niño lo miraba como si fuera de otro planeta.
Ropa impecable. Reloj de lujo. Un auto que parecía sacado de una película.
— ¿Te gusta el coche? —le preguntó el joven elegante, con una sonrisa amable.
El niño, con la ropa rota y los zapatos desgastados, solo asintió con los ojos bien abiertos.
—Debe ser increíble tener una vida como la tuya —susurró.
Entonces el joven se acercó. Se agachó hasta quedar a su altura. Lo miró fijo… y dijo algo que el niño jamás olvidaría:
—Hagamos un trato.
— ¿Qué trato?
—Te doy mi coche, mi dinero, mi casa, mi ropa… todo.
Pero tú me das tus piernas.
El niño frunció el ceño. No entendía.
— ¿Mis piernas?
—Sí. Porque yo no tengo.
Y entonces lo notó: el joven tenía prótesis.
— ¿Qué dices? ¿Aceptas? Yo te doy todo… y tú solo me das eso que usas cada día sin pensarlo.
El niño bajó la mirada. Sintió un nudo en la garganta. Y por primera vez en su vida… no se sintió pobre.
—No —respondió con voz bajita—. Gracias. Me quedo con mis piernas.
Y se fue caminando. Lento. Pensando.
Pero con una sonrisa distinta.
Moraleja:
A veces, lo que das por hecho…
es lo que alguien más daría todo por tener.
No necesitas tenerlo todo para ser rico.
Solo necesitas darte cuenta de lo valioso que ya tienes.