Era un mediodía caluroso y seco. Dos cuervos caminaban por un campo desierto, con las alas algo caídas y el pico entreabierto. El sol caía con fuerza sobre ellos, y el calor empezaba a hacer mella en su ánimo.
—No puedo más… —dijo el primer cuervo, jadeando mientras avanzaba—. Te juro que me estoy deshidratando. Si no bebo algo pronto…
— ¡Mira allá! —interrumpió el segundo cuervo con entusiasmo—. ¡Una jarra! Tal vez tenga agua.
Con las pocas fuerzas que les quedaban, batieron las alas y volaron hasta el lugar. Se posaron en el borde de la jarra, emocionados. En efecto, había agua… pero estaba demasiado baja.
—No alcanzo a beber nada —dijo el primer cuervo, estirando el pico sin éxito.
—Yo tampoco… —añadió el segundo, suspirando—. Qué frustración.
—Supongo que no hay nada que hacer… —dijo el primero, ya resignado—. Nos tocó rendirnos.
— ¡Espera! —exclamó su compañero, sacudiendo las plumas—. No nos rindamos tan fácil. Tiene que haber una forma. Vamos a pensar.
Ambos guardaron silencio unos segundos, tratando de encontrar una solución. Entonces, el segundo cuervo levantó la cabeza, con una chispa de idea en los ojos.
— ¡Ya sé! —dijo emocionado—. ¡Traigamos piedras!
— ¿Piedras?
—Sí. Si tiramos piedras dentro de la jarra, el agua subirá… y podremos alcanzarla.
Sin perder más tiempo, comenzaron a buscar pequeñas piedras cerca del lugar. Volaban, recogían una y la dejaban caer dentro de la jarra.
— ¡Funcionó! —gritó el primero al ver que el agua subía un poco.
— ¡Vamos por más! —respondió el otro cuervo.
Y así lo hicieron. Una a una, lanzaron más piedras dentro de la jarra. El nivel del agua subía lentamente, pero con cada esfuerzo se acercaban más a su objetivo.
Finalmente, después de varios intentos, el agua llegó a la altura necesaria. Ambos cuervos pudieron beber al fin. Se miraron en silencio, aliviados y orgullosos de no haberse rendido.
—No puedo más… —dijo el primer cuervo, jadeando mientras avanzaba—. Te juro que me estoy deshidratando. Si no bebo algo pronto…
— ¡Mira allá! —interrumpió el segundo cuervo con entusiasmo—. ¡Una jarra! Tal vez tenga agua.
Con las pocas fuerzas que les quedaban, batieron las alas y volaron hasta el lugar. Se posaron en el borde de la jarra, emocionados. En efecto, había agua… pero estaba demasiado baja.
—No alcanzo a beber nada —dijo el primer cuervo, estirando el pico sin éxito.
—Yo tampoco… —añadió el segundo, suspirando—. Qué frustración.
—Supongo que no hay nada que hacer… —dijo el primero, ya resignado—. Nos tocó rendirnos.
— ¡Espera! —exclamó su compañero, sacudiendo las plumas—. No nos rindamos tan fácil. Tiene que haber una forma. Vamos a pensar.
Ambos guardaron silencio unos segundos, tratando de encontrar una solución. Entonces, el segundo cuervo levantó la cabeza, con una chispa de idea en los ojos.
— ¡Ya sé! —dijo emocionado—. ¡Traigamos piedras!
— ¿Piedras?
—Sí. Si tiramos piedras dentro de la jarra, el agua subirá… y podremos alcanzarla.
Sin perder más tiempo, comenzaron a buscar pequeñas piedras cerca del lugar. Volaban, recogían una y la dejaban caer dentro de la jarra.
— ¡Funcionó! —gritó el primero al ver que el agua subía un poco.
— ¡Vamos por más! —respondió el otro cuervo.
Y así lo hicieron. Una a una, lanzaron más piedras dentro de la jarra. El nivel del agua subía lentamente, pero con cada esfuerzo se acercaban más a su objetivo.
Finalmente, después de varios intentos, el agua llegó a la altura necesaria. Ambos cuervos pudieron beber al fin. Se miraron en silencio, aliviados y orgullosos de no haberse rendido.