EL MÉDICO Y EL ANCIANO
Cierto día, un anciano aquejado de varios dolores acudió a la consulta del médico. Nada más entrar, el doctor le preguntó cuál era su dolencia:
–Siento dolores muy fuertes en la espalda. Quiero moverme como hacía antes, pero no puedo –dijo.
–Eso que me cuenta es por su avanzada edad –le explicó.
–Eso no es todo –prosiguió el anciano–. También me doy cuenta de que estoy perdiendo la memoria.
–Sí sí. Eso es porque es viejo –declaró el médico.
–También estoy perdiendo la vista.
–Por la vejez –repuso el galeno.
–También siento que mis manos tiemblan. Ya no me responden como antes.
–Es normal, le repito, usted es viejo –volvió a sentenciar el facultativo.
El anciano, al ver que no encontraba respuesta a sus dolores, se enfadó.
– ¡No tiene ni idea! Hay remedios para todas las enfermedades y usted todo lo que me dice es que soy viejo.
–Sí –repitió el médico–. Y por eso usted se enfada.
Cierto día, un anciano aquejado de varios dolores acudió a la consulta del médico. Nada más entrar, el doctor le preguntó cuál era su dolencia:
–Siento dolores muy fuertes en la espalda. Quiero moverme como hacía antes, pero no puedo –dijo.
–Eso que me cuenta es por su avanzada edad –le explicó.
–Eso no es todo –prosiguió el anciano–. También me doy cuenta de que estoy perdiendo la memoria.
–Sí sí. Eso es porque es viejo –declaró el médico.
–También estoy perdiendo la vista.
–Por la vejez –repuso el galeno.
–También siento que mis manos tiemblan. Ya no me responden como antes.
–Es normal, le repito, usted es viejo –volvió a sentenciar el facultativo.
El anciano, al ver que no encontraba respuesta a sus dolores, se enfadó.
– ¡No tiene ni idea! Hay remedios para todas las enfermedades y usted todo lo que me dice es que soy viejo.
–Sí –repitió el médico–. Y por eso usted se enfada.