HISTORIA PARA REFLEXIONAR
Cada verano, los padres de **Carlos** lo enviaban a pasar las vacaciones con sus abuelos en el campo. Eran días llenos de aventuras, enseñanzas y, sobre todo, amor. Sin embargo, cuando Carlos creció y comenzó a trabajar en la ciudad, las visitas se hicieron cada vez menos frecuentes.
Un día, mientras Carlos estaba en su oficina revisando documentos, recibió una llamada de su madre:
—Carlos, tu abuelo está enfermo. Necesitamos que vengas a verlo.
Carlos, consciente de su apretada agenda, respondió:
—Lo siento, mamá, estoy muy ocupado en el trabajo. Tal vez la próxima semana pueda ir.
—Carlos, no esperes tanto. No sabemos cuánto tiempo más le queda.
A pesar de la insistencia de su madre, Carlos siguió con su rutina diaria. Pasaron semanas, y finalmente, un domingo por la tarde, decidió visitar a sus abuelos.
Al llegar a la casa, encontró a su abuelo **Roberto** en su sillón favorito, mirando por la ventana. Su abuela, **Ana**, estaba en la cocina preparando una sopa, como siempre lo hacía cuando Carlos era niño.
—Hola, abuelo. ¿Cómo te sientes? —preguntó Carlos, intentando ocultar su culpa.
—Hola, Carlos. Me alegra verte. —respondió Roberto con una sonrisa débil.
—Perdón por no haber venido antes. El trabajo ha sido muy demandante.
—Lo entiendo, hijo. Solo me alegra que estés aquí ahora.
Carlos pasó el día con sus abuelos, recordando historias de su infancia y disfrutando de la comida de su abuela. Al caer la noche, su abuelo le dijo:
—Carlos, ¿recuerdas la promesa que me hiciste cuando eras niño?
— ¿Cuál, abuelo? —preguntó Carlos, sorprendido.
—Prometiste que siempre vendrías a verme, sin importar qué tan ocupado estuvieras.
Carlos se quedó en silencio, recordando cómo de niño había jurado visitar a su abuelo todos los veranos.
—Lo siento, abuelo. He dejado que el trabajo y la vida me alejen de ustedes.
—Nunca es tarde para cumplir una promesa, Carlos. El tiempo que tenemos es valioso, y a veces, se nos olvida lo que realmente importa.
Carlos decidió reorganizar su vida. Comenzó a visitar a sus abuelos cada semana, llevando a sus hijos para que también disfrutaran de las historias y el amor de sus bisabuelos.
Unos meses después, su abuelo Roberto falleció pacíficamente, rodeado de su familia. Carlos, con lágrimas en los ojos, agradeció haber tenido la oportunidad de cumplir su promesa.
Esta historia nos recuerda la importancia de las promesas y el valor del tiempo compartido con nuestros seres queridos.
Cada verano, los padres de **Carlos** lo enviaban a pasar las vacaciones con sus abuelos en el campo. Eran días llenos de aventuras, enseñanzas y, sobre todo, amor. Sin embargo, cuando Carlos creció y comenzó a trabajar en la ciudad, las visitas se hicieron cada vez menos frecuentes.
Un día, mientras Carlos estaba en su oficina revisando documentos, recibió una llamada de su madre:
—Carlos, tu abuelo está enfermo. Necesitamos que vengas a verlo.
Carlos, consciente de su apretada agenda, respondió:
—Lo siento, mamá, estoy muy ocupado en el trabajo. Tal vez la próxima semana pueda ir.
—Carlos, no esperes tanto. No sabemos cuánto tiempo más le queda.
A pesar de la insistencia de su madre, Carlos siguió con su rutina diaria. Pasaron semanas, y finalmente, un domingo por la tarde, decidió visitar a sus abuelos.
Al llegar a la casa, encontró a su abuelo **Roberto** en su sillón favorito, mirando por la ventana. Su abuela, **Ana**, estaba en la cocina preparando una sopa, como siempre lo hacía cuando Carlos era niño.
—Hola, abuelo. ¿Cómo te sientes? —preguntó Carlos, intentando ocultar su culpa.
—Hola, Carlos. Me alegra verte. —respondió Roberto con una sonrisa débil.
—Perdón por no haber venido antes. El trabajo ha sido muy demandante.
—Lo entiendo, hijo. Solo me alegra que estés aquí ahora.
Carlos pasó el día con sus abuelos, recordando historias de su infancia y disfrutando de la comida de su abuela. Al caer la noche, su abuelo le dijo:
—Carlos, ¿recuerdas la promesa que me hiciste cuando eras niño?
— ¿Cuál, abuelo? —preguntó Carlos, sorprendido.
—Prometiste que siempre vendrías a verme, sin importar qué tan ocupado estuvieras.
Carlos se quedó en silencio, recordando cómo de niño había jurado visitar a su abuelo todos los veranos.
—Lo siento, abuelo. He dejado que el trabajo y la vida me alejen de ustedes.
—Nunca es tarde para cumplir una promesa, Carlos. El tiempo que tenemos es valioso, y a veces, se nos olvida lo que realmente importa.
Carlos decidió reorganizar su vida. Comenzó a visitar a sus abuelos cada semana, llevando a sus hijos para que también disfrutaran de las historias y el amor de sus bisabuelos.
Unos meses después, su abuelo Roberto falleció pacíficamente, rodeado de su familia. Carlos, con lágrimas en los ojos, agradeció haber tenido la oportunidad de cumplir su promesa.
Esta historia nos recuerda la importancia de las promesas y el valor del tiempo compartido con nuestros seres queridos.