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PEDRO MARTINEZ: HABLANDO DE ESPEJOS...

HABLANDO DE ESPEJOS

Es conocido el relato de aquellos dos mendigos que, juntos, compartían su pan cada tarde sentados en el banco del parque. Cada día se encontraban a la misma hora y cada día compartían el pan que habían recibido de limosna.
Por circunstancias particulares debieron separarse.
Entre tanto, uno de ellos tuvo la suerte de recibir una herencia inesperada.
Se construyó una gran mansión donde no faltaba nada.
Pasados algunos años el otro mendigo pasaba por el pueblo y se le ocurrió preguntar por su viejo amigo. Alguien le mostró la gran casa que había construido fruto de una herencia. Era uno de los más ricos del pueblo.
Extrañado se acercó y tocó a la puerta.
Salió el rico y lo echó con cajas destempladas.
El mendigo, insistió en la vieja amistad y en el pan duro compartido.
No te conozco, vete.
Tanto insistió que, al fin consiguió que, al menos le enseñase por dentro la casa.
Lo llevó delante del espejo y le dijo: “ ¿Qué ves?”
Me veo a mí mismo.
Ven acá y lo llevó a la ventana. Y ¿ahora qué ves?
Veo la calle y el parque.
Ya ves, desde que te has hecho rico solo sabes mirarte al espejo y sólo ves tu cara. Ya no conoces a nadie. ¿Y sabes por qué? Porque el vidrio del espejo tiene por detrás una capa de plata. Es tu riqueza la que te impide ver a los demás. Y el mendigo se fue triste, no tanto por su condición de mendigo, sino porque su amigo ahora ya no veía ni sentía.
Las riquezas no son malas, pero tienen el peligro:
de cerrar las ventanas y llenar la vida de espejos, de pensar solo en sí mismo.
Necesitamos menos espejos y más ventanas en nuestra mente para pensar en los demás.