Faltaban pocas horas para Navidad y en el Polo Norte y los elfos se apresuraban a empaquetar los últimos regalos.
Papá Noel ya estaba preparado para partir en su trineo tirado por sus ocho renos y Rodolfo, el reno de la nariz roja.
Comprobó que todo estaba listo, cogió las riendas del trineo y ordenó a los renos:
– ¡Levantad el vuelo, esta noche llevaremos regalos e ilusión a todos los niños del mundo!
Emprendieron vuelo entre estrellas fugaces y auroras boreales.
Sin embargo, cuando Papá Noel sacó su brújula para comprobar que iban por buen camino, se dio cuenta de que se había roto.
– ¡No puede ser! –se lamentó desesperado–. ¿Cómo encontraré el camino en esta oscuridad?
–Con mi nariz roja podremos ver en la oscuridad y encontrar el camino -dijo Rodolfo saliendo en su ayuda.
Así pusieron rumbo a la primera casa, donde un niño esperaba ansioso su regalo.
A Rodolfo le costaba ubicarse en medio de la oscuridad, pero tenía tanta ilusión por llevar los regalos que dirigió el trineo sin problemas.
Empezaron a repartir los regalos y llegaron a una casa muy pequeña donde había muchos niños, entraron por la chimenea y al mirar a su alrededor vieron un salón frío, con pocos muebles y en un rincón un pequeño árbol de Navidad casi sin adornos.
Papá Noel dio una palmada y dijo:
– ¡Que sea un salón perfecto! -Y al instante, aparecieron unos muebles preciosos y un gran árbol con adornos y luces de todos los colores.
Entonces, dejó los regalos en el árbol y salió sin hacer ruido y continuó repartiendo los regalos por todas las casas de la ciudad.
Entró por chimeneas grandes, pequeñas, altas y bajas, llevando la ilusión allí donde menos la esperaban.
Cuando terminó de repartir los regalos, Papá Noel miró a sus renos, les dio las gracias y le dijo a Rodolfo:
–Guíanos de vuelta a casa.
El camino de regreso se hizo muy corto y al llegar se encontró en la puerta a todos los elfos con un pequeño regalo.
Papá Noel lo abrió y se rió.
– ¡Ja, ja, ja! Gracias por esta brújula tan bonita, pero tengo la mejor de todas: ¡Rodolfo!
El reno se acercó y le acarició el brazo con su gran nariz roja.
Los dos sabían que a partir de aquella noche se volverían amigos inseparables.
Papá Noel ya estaba preparado para partir en su trineo tirado por sus ocho renos y Rodolfo, el reno de la nariz roja.
Comprobó que todo estaba listo, cogió las riendas del trineo y ordenó a los renos:
– ¡Levantad el vuelo, esta noche llevaremos regalos e ilusión a todos los niños del mundo!
Emprendieron vuelo entre estrellas fugaces y auroras boreales.
Sin embargo, cuando Papá Noel sacó su brújula para comprobar que iban por buen camino, se dio cuenta de que se había roto.
– ¡No puede ser! –se lamentó desesperado–. ¿Cómo encontraré el camino en esta oscuridad?
–Con mi nariz roja podremos ver en la oscuridad y encontrar el camino -dijo Rodolfo saliendo en su ayuda.
Así pusieron rumbo a la primera casa, donde un niño esperaba ansioso su regalo.
A Rodolfo le costaba ubicarse en medio de la oscuridad, pero tenía tanta ilusión por llevar los regalos que dirigió el trineo sin problemas.
Empezaron a repartir los regalos y llegaron a una casa muy pequeña donde había muchos niños, entraron por la chimenea y al mirar a su alrededor vieron un salón frío, con pocos muebles y en un rincón un pequeño árbol de Navidad casi sin adornos.
Papá Noel dio una palmada y dijo:
– ¡Que sea un salón perfecto! -Y al instante, aparecieron unos muebles preciosos y un gran árbol con adornos y luces de todos los colores.
Entonces, dejó los regalos en el árbol y salió sin hacer ruido y continuó repartiendo los regalos por todas las casas de la ciudad.
Entró por chimeneas grandes, pequeñas, altas y bajas, llevando la ilusión allí donde menos la esperaban.
Cuando terminó de repartir los regalos, Papá Noel miró a sus renos, les dio las gracias y le dijo a Rodolfo:
–Guíanos de vuelta a casa.
El camino de regreso se hizo muy corto y al llegar se encontró en la puerta a todos los elfos con un pequeño regalo.
Papá Noel lo abrió y se rió.
– ¡Ja, ja, ja! Gracias por esta brújula tan bonita, pero tengo la mejor de todas: ¡Rodolfo!
El reno se acercó y le acarició el brazo con su gran nariz roja.
Los dos sabían que a partir de aquella noche se volverían amigos inseparables.