PEDRO MARTINEZ: ¿Una ilusión, o una Realidad?...

¿Una ilusión, o una Realidad?

Le veo acercarse todas las mañanas con paso cansado, apoyado en su viejo bastón.

No sabría decir la edad que tiene, puede que ochenta años, quizá algunos más. No es un pordiosero ni creo que viva a la intemperie, pero su aspecto desaliñado, denota la desolación de la vejez en soledad.
Suele llegar sobre las once y no se fija en nadie de los que aquella hora estamos en el parque. Camina despacio hacía el banco que se encuentre más solitario... El primer día que le vi, me sorprendió que a los pocos segundos iniciara una animada conversación con su móvil bien pegado a la oreja. Recuerdo que sentí cierta alegría al comprobar que aquella persona que a mi me pareció triste y sola, hablaba con algún amigo o amiga. Especialmente me alegró que utilizara el teléfono como si fuera un muchacho. Le miré y sonreí, reconociendo interiormente que muchas veces, afortunadamente, como en este caso, las apariencias engañan. ¿Cómo podría imaginar que el desvalido anciano llevara un móvil desde el que charlaba con total desenvoltura?
Volví a verlo otras mañanas y comprobé asombrada que siempre hacía lo mismo, lo que me llevó a pensar que, probablemente en su casa no tendría cobertura. Claro que también cabía la posibilidad de que deseara hablar sin que su familia se enterase.
Siempre era el quien realizaba la llamada porque nunca escuché ningún sonido, claro que podría tener el teléfono en silencio, y contestar a la primera vibración del móvil, lo cierto es que jamás supe como se iniciaba la conversación porque nunca intenté inmiscuirme en su privacidad. Pero sí puedo asegurar que lo que decía su interlocutora o interlocutor le divertía porque sus risotadas eran la mejor expresión de lo bien que lo estaba pasando. Casi siempre unos segundos antes de dar por finalizada la conversación su risa era mucho más estridente. Y desde luego puedo afirmar que se iba del parque con cara de felicidad. No parecía la misma persona que había llegado diez minutos antes.
Sin proponérmelo y sin querer comencé a estar pendiente de la llegada al parque, del hombre del teléfono. Confieso que su comportamiento había despertado mi curiosidad. Tal vez hablaba con un viejo amor, con un amigo lejano o con una nieta cariñosa.
Un día le seguí durante un rato para ver dónde vivía pero a los pocos metros me arrepentí de lo que estaba haciendo y me volví al parque. No debía curiosear en su vida. El permanecía ajeno a todos nosotros sin preocuparse de lo que hacíamos ¿con qué derecho intentaba yo conocer su intimidad?
Al día siguiente me propuse firmemente no fijarme en él y así lo hice. Le vi llegar a la misma hora de siempre y no le presté ninguna atención. Permaneció en el parque unos diez minutos y con cara de felicidad, después de la llamada, se fue pausadamente. Al pasar al lado del banco donde estaba sentado observé que había olvidado el teléfono. Me acerqué con la intención de darle alcance y entregarle el móvil. Se muy bien el trastorno que supone quedarse sin él. Pero no podía creer lo que estaba viendo, el teléfono era de juguete. Tal vez pensé - no será de él- éste pertenecerá a algún niño que lo habrá olvidado con anterioridad y él hombre mayor se habrá llevado el suyo. Por un momento dudé que hacer pero al final me decidí y salí corriendo...
Perdone, señor, creo que este es su móvil. Se ha quedado en el banco donde usted estaba sentado.
El hombre metió la mano en el bolso de la chaqueta. Luego inspeccionó los bolsillos del pantalón y nervioso, exclamó,

Es verdad, no lo tengo. Déjeme ver si es el mío.
Con normalidad, como si se tratara de un teléfono de verdad, le entregue el móvil de juguete y pude ver la alegría pintada en su cara, mientras me decía,

Muchas gracias, señora, no tiene ni idea el favor que me ha hecho. Tengo todos los números de mis amigos memorizados en el móvil. Sería terrible perderlo. Me resultaría muy difícil conseguirlos todos de nuevo.
Y se fue feliz con su teléfono.
Es posible que el hombre del parque estuviera loco o simplemente que todas las mañanas viviera una ilusión; soñar que hablaba con alguien amigo. Y al mismo tiempo seguro que le satisfacía que todos viéramos que no estaba solo.