PEDRO MARTINEZ: La Cruz de Oro...

La Cruz de Oro

El matrimonio poseía un pequeño horno para cocer pan y dulces. Vivían en la Medina de la Alhambra y les ayudaba el único hijo que tenían. Joven bueno y trabajador y que los padres querían mucho y lo mismo los vecinos y muchas de las personas de la ciudadela y de la Alhambra. Ayudaba él a los padres no solo a cocer el pan en el horno sino también a venderlo y a llevarlo a los sitios donde lo compraban. También ayudaba a los padres en la búsqueda y transporte de la leña que usaban para encender y calentar el horno donde cocían el pan y los dulces.
Por eso el joven, casi cada día, surcaba los caminos, iba a las montañas cercanas a la Alhambra, recogía la leña que por aquí encontraba y a cuestas, la traía a su casa. Los montes que más le gustaban a él eran los que hay entre las cumbres de Sierra Nevada, por donde corren muchos ríos, abundantes arroyos y surgen bastantes manantiales de aguas claras. Y al joven, cuando solitario se internaba en los bosques de estas montañas, lo que más le gustaba era recorrer los cauces de los arroyos y ríos para descubrir los rincones más ocultos, silenciosos y llenos de misterio. Siempre se decía: “Yo no sé lo que esconden estos recodos en los arroyos y ríos pero lo que sí tengo claro es que llenan de emoción solo pisarlos. A lo mejor algún día, por estos tan ocultos lugares, me encuentro un tesoro interesante y de verdad”.
Así que cuando luego cada día regresaba a su casa en la Medina de la Alhambra, además de leña para calentar el horno, también traía su barja llena de frutos de las montañas. Les decía a los padres:
- Tengo el presentimiento de que un día voy a encontrarme un tesoro en esos ríos y arroyos de las montañas.
Y la madre siempre le argumentaba:
- Si te encuentras un tesoro, bien venido sea pero ten claro que el mayor tesoro que Dios nos regala cada día, eres tú, nuestro trabajo con el que nos ganamos la vida honradamente, el aire que respiramos en cada momento y los buenos amigos que tenemos.
- Lo que dices es cierto pero si un día me encuentro un tesoro, seremos ricos de verdad y hasta podremos tener palacios y criados.
La madre callaba y cada día hacía su trabajo en compañía del padre y del hijo. También cada día, cuando el joven iba a las montañas a por leña y frutos silvestres, le preparaba algo de comida para que no le faltaran las fuerzas. Sentado junto a la corriente de un arroyo o al borde del charco del río, el joven se comía los alimentos que la madre le había preparado mientras, en silencio, contemplando el agua, observando a las avecillas por entre la vegetación y se entretenía en la visión de los cielos azules y las nieves reluciendo sobre las cumbres de Sierra Nevada. Y así fue como un día, cuando comía sentado cerca de una cascada, vio algo que le sorprendió. Por entre las adelfas, aparecía una gran roca en forma de cruz. Sorprendido se preguntó: “ ¿Qué será eso?” Y dejó lo que estaba comiendo y la barja encima de la piedra donde se había sentado, caminó siguiendo las aguas del arroyuelo, apartó la vegetación y se acercó a la cruz que había descubierto.
Cuando estuvo cerca de esta figura, se paró, miró muy extrañado la cruz tallada en pura piedra y, de pronto, le llamó mucho la atención la parte alta de esta cruz. Lo que coronaba por completo el tramo central. Se dijo: “Parece como si ahí, en todo lo alto, tuviera algo escondido”. Trepó por la cruz, se agarró al brazo izquierdo, se puso de pie y cuando vio con claridad la parte que coronaba, descubrió otro misterio. En todo lo alto de la cruz y en la misma roca de la que estaba hecha, vio como un remiendo. Como si alguien, quizá el que hubiera tallado la cruz, en esta parte de la piedra, hubiera escondido algo. Con la pequeña navaja que siempre llevaba en el bolsillo, pinchó y tanteó el parche añadido a la piedra y enseguida comprobó que era como una pieza también de piedra y muy bien terminada, que tapaba un pequeño orificio. Siguió haciendo palanca con su navaja y al poco, la pieza soldada al bloque principal, salió de su encaje. Miró y dentro del redondo agujero vio una pequeña cruz muy reluciente. Al instante se dijo: “Aquí tengo el tesoro que siempre he soñado. Es una pequeña cruz de oro”.
La cogió con respeto y vio que la pequeña cruz de oro tenía en el centro un gran diamante y varios más pequeños en cada uno de los lados. Asombrado, contento y lleno de emoción, se guardó la cruz en el bolsillo, colocó en su sitio la pieza de piedra que sellaba el agujero, bajó de la cruz de piedra, cogió su barja y el haz de leña y regresó rápido a su casa en la Medina de la Alhambra. Nada más llegar buscó a la madre, le enseñó la cruz de oro y le dijo:
- Ya somos ricos tal como siempre he soñado.
Y la madre, rápida le preguntó dónde y cómo había encontrado la cruz de oro llena de diamantes. Le explicó él todo y después de un rato, la madre le dijo:
- Hijo mío, esta pequeña y brillante cruz es un símbolo religioso que no pertenece a la religión que nosotros practicamos. Pero la religión de esta cruz y la que nosotros vivimos, sí pertenece al mismo Dios. El Creador del Universo y el que nos da la vida, es el mimo para todas las personas.
- ¿Y qué quieres decir con eso, que Dios puede castigarme si ahora me quedo con este símbolo religioso y lo vendo para hacerme rico?
- Dios nunca castiga por estas cosas que piensas tú. Él premia o castiga por el bien o el mal que las personas nos hagamos entre sí. Algo que está por encima de las religiones o símbolos religiosos.
- ¿Entonces?
- Que la persona que guardó esta cruz en aquella cruz de piedra, tendría algunas razones muy poderosas que nosotros desconocemos ahora. Debería devolver esta pequeña cruz al sitio donde estaba escondida. Dios ni te premiará ni castigará por ello pero nosotros procederemos con respeto y eso sí lo tiene en cuenta Él.
Al día siguiente, el joven volvió a dejar la pequeña cruz de oro en el agujero de la cruz de piedra. Pasó el tiempo y cada vez que él volvía por el lugar buscando leña o frutos silvestres, su corazón se llenaba de paz y se sentía afortunado y rico con solo la presencia de las aguas en los arroyos y ríos, el bosque que por aquí crecía y las avecillas que lo poblaban. Desde aquello y aquel día y hoy, ya ha pasado mucho tiempo. Sé yo ahora dónde se encuentra esta cruz de piedra y algunas veces, voy por el lugar y la veo. Y hasta me asombra el silencio y la belleza que por este sitio sigue existiendo. Como si la transparencia y luz del cielo mismo, estuviera por aquí ampliamente derramada.