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PEDRO MARTINEZ: La suerte de Josefa la "castañera"...

La suerte de Josefa la "castañera"

Cuenta la leyenda que, Josefa la "castañera" era una viuda de unos cuarenta años, ni guapa ni fea, más bien falta de medios, y poco tiempo para dedicarle a su persona, hacia que no fuera más brillante.
Josefa había quedado viuda hacia poco tiempo, su marido que había sido pescadero ambulante con la ayuda de un carro con batea, una mañana de invierno estando en el mercado de pescado de la Romanilla, "Fali" como todos le llamaban, cogió una gran pulmonía, que se le complicó con los fríos de aquel duro invierno, y el hombre pasó a mejor vida, sin tiempo de despedirse de nadie.
Por entonces no había pensión de viudedad, ni el pobre Fali había cotizado, bastante tenía con buscarse la vida para dar de comer a su familia todos los días.
Josefa y su hija Natalia, que eran toda su familia, quedaron, como se suele decir,
"con una mano detrás y otra delante"
o lo que es lo mismo, sin recursos económicos.
Pero Josefa que era una mujer de las de antes,
"de armas tomar" volvió a coger su mesilla de castañera y durante el otoño instalaba una gran pila de membrillos encima de la mesilla y se ponía en la puerta de una taberna de la Calle Real.
Sus membrillos, eran para ser admirados, con su sugerente forma, gordos, y de piel brillante y aterciopelada, eran una tentación para todo aquel que pasaba por allí, ya que no podían resistirse a hincar el diente a aquellos agridulces membrillos.
Un día, el 9 de septiembre de 1946, se produjo un hecho que cambiaría para siempre la suerte de Josefa la "castañera". Sobre las cuarto de la tarde se desató una gran tormenta sobre el Cerro de San Miguel y los montes de la Golilla de Cartuja, descargando un tremendo aguacero que hizo que, por la Cuesta de San Antonio bajarán ríos de agua, en medio de un sonido atronador, que era producido por las muchas latas viejas y los cascotes inservibles de la Fábrica de Fajalauza con los que bacheaban la citada cuesta.
Justo en el momento en que Josefa se disponía a quitar su tenderete para ponerse a salvo, vio como una mano sobresalía se las furiosas aguas embarradas, junto con un grito de auxilio, Josefa no se lo pensó, y a riesgo de su propia vida se metió de lleno en la impetuosas aguas, y cogiendo la mano que pedía Auxilio se dejó arrastrar por la corriente unos metros, pero sin soltar la mano, pocos metros más abajo donde se ensanchaba el terreno y la profundidad de agua disminuyó, Josefa salió tirando del dueño de la mano que en ningún momento Josefa quiso soltar.
Este resultó ser un muchacho estadounidense de Baltimore, que estaba en Granada de viaje de estudios junto con otros compañeros.
En el momento en que estalló la tormenta estaba de visita en la puerta de Fajalauza, cuando le sorprendió la avalancha de agua que bajaba del camino viejo del Fargue, siendo arrastrado hasta la Calle Real, donde tuvo la fortuna de tropezar con Josefa.
Siendo llevado el joven hasta el cercano Hospital de San Juan de Dios, donde permaneció varios días curandose de las múltiples heridas que se había hecho al ser arrastrado por la corriente.
Josefa iba todos los días a verlo al hospital y le tomó cariño, pues puede decirse que le salvo la vida.
Pasaron unos meses, y estando Josefa tratando de vender algunas castañas en su modesto puesto ambulante, se presentó un señor muy elegantemente vestido y con un gran abrigo de cachemir, y a su lado, el muchacho que Josefa había salvado en aquella tremenda riada, inmediatamente el joven se abrazo a ella muy emocionado y agradecido, tras este momento de emoción incontenida, el joven le presentó al señor del abrigo, que resultó ser su padre y que no hablaba nada de español, pero el hijo si chapurreaba algo de español de sus visitas a nuestro país.
Éste le dijo a Josefa que el padre quería invitarla a comer en el Hotel, la pobre Josefa, un poco atribulada por la invitación, les dijo que le dieran un momento para ir a su casa y arreglarse un poco cuando volvió parecía otra, entonces fueron hasta el Hotel Victoria, que era donde se alojaban.
Durante la comida, entre cucharada y cucharada, Josefa fue observando al padre del muchacho, y le pareció un hombre muy atractivo, tendría unos cincuenta años, algo calvo, serio y con gafas, pero sobre todo, muy educado y amable.
Mediante el intérprete de su hijo, el padre le manifestó su deseo de que les acompañará a Baltimore, donde tenían una gran casa y además era viudo, que podría por lo pronto podría trabajar en la fábrica de conservas de la cual era propietario.
Josefa, no se lo pensó dos veces, y como a demás no tenía nada que perder, ella y su hija se marcharon a Baltimore con ellos.
Pasaron cinco años, hasta que Josefa volvió a pisar suelo granaino, pero está ya no tenía nada que ver con la Josefa de antes, los buenos cuidados y la vestimenta habían obrado un milagro, ahora era una guapa mujer con el pelo algo canoso y en sus ojos brillaba la felicidad, venía en compañía de su hija que ya apenas hablaba español, todo les había ido bien, pues a los pocos meses de estar en Estados Unidos, se casó con Charles, que así se llamaba el padre del chico, y que un año después de llegar habían puesto un gran negocio de castañas tostadas, uno de los más grandes de aquel país y además le vendían a medio mundo, sus castañas, que se vendían ya tostadas y envueltas en papel de seda, y que allí llamaban "Joseficas".