PEDRO MARTINEZ: RELATO La maldición de las brujas....

RELATO La maldición de las brujas.

Dentro de la literatura censurada por la Santa Inquisición, se encuentra un curioso texto que es una leyenda contada por un hombre de un pueblito de Zacatecas en 1620.
Dice la leyenda que en esa época llegaron al pueblo de San Agustín, dos mujeres, madre e hija, tan malvadas como temidas; la madre se llamaba Úrsula y la hija Lena, llegaron supuestamente de algún país de Europa oriental, vivían apartadas de la gente del pueblo pues tenían fama de ser poderosas hechiceras con un corazón tan negro como la noche, hacían el mal a quien se les pusiera enfrente, o a quienes se lo indicará su clientela, no asistían a misa como la gente devota del pueblo, de su casa salían olores raros y se les veía por los campos recogiendo hierbas y otras cosas, no eran bien vistas por la gente.
La gente del pueblo vivía aterrada, pues decían que además de practicar la magia negra para hacer daño a las personas, también revivían a los muertos con ayuda de Satanás para predecir el futuro de boca de los finados, eso contaba la gente supersticiosa y chismosa del pueblo.
Pero nada de lo que se decía de ellas había sido comprobado hasta que alguien del pueblo las vio llevar a cabo sus macabros rituales a la luz de la luna. Su nombre era Msrcelo Dosantos, un mestizo del pueblo que vivía en una casa al pie de los cerros, era un muchacho muy despierto y que casi nunca se quedaba con las primeras versiones de las habladurías de la gente.
El muchacho se entero de las brujas de Torre de Alba, que así se llamaba la calle donde vivían las mujeres, en vez de sentirse aterrado por los chimes de la gente del pueblo, tenia curiosidad por saber si todo lo que se decía de ellas era verdad.
Las espiaba de día y noche, y cuando su madre no se daba cuenta, salía de madrugada para posearse por esa calle. Pasó muchos dias vigilándolas, era muy obstinado, pero nada de los rumores que escuchaba sobre ellas parecía ser verdad. Solo veía a una anciana madre y a su amorosa hija realizar sus quehaceres domésticos, dar de comer a sus animales y de vez en cuando recolectar hierbas en el campo para realizar sus curaciones, pues sabia que tenían clientes que las consultaban para pedirles remedios para las cosas del corazón y enfermedades.
Marcelo se cansó de vigilarlas y dejó que las pobres mujeres siguieran con su vida normal, por las habladurías de la gente en una ocasión en el mercado Lena y su madre Ursula fuero. agredidas por pobladores del lugar, Marcelo se interpuso en la trifulca y defendió a ambas mujeres de la muchedumbre.
Lena y Ursula algo golpeadas pero estables agradecieron a Marcelo su acto de heroísmo y le obsequiaron un amuleto, Lena le dijo:
"Cinseevalo y no te pasará nada".
Tiempo después Marcelo se enteró de que la anciana madre llamada Ursula había muerto.
Nadie en el pueblo quiso ayudar a la hija de la anciana con el entierro, incluso el sacerdote del pueblo se encerró en la iglesia después de advertirle a la hija que no estaría permitido enterrar a su madre en tierra santa.
Lena iba acompañada de unos trabajadores que cargaban el ataúd de su madre de un lado a otro, incluso Marcelo le ayudó a pesar de la negativa de su madre, Lena buscaba un lugar para el eterno descanso de su madre, cuando no no le quedó más remedio que enterrarla en medio del monte.
A ese triste y solitario cuadro se unió la niebla que se esparció por los árboles, se quedó la hija sola llorando por su pobre madre, a Marcelo le dio tanta tristeza pero sólo le dio el pésame a la aflijida mujer.
Lena en agradecimiento por sus atenciones le otorgó un amuleto y le dijo:
"Conserva esto y no correrás peligro ni tu ni tu familia, muchas gracias".
Todos se retiraron, Lena dejó de llorar y dio comenzó a las maldiciones, Marcelo se quedó un poco más de tiempo pero no se imaginaba lo que vendría después.
El muchacho se escondió detrás de un árbol mientras escuchaba como Lena, la hija injuriaba al cura y a los habitantes del pueblo en general. Horribles palabras, duras excreciones, blasfemias y maldiciones salían de su boca como serpientes malignas, inundando la pesada niebla que caía sobre el lugar.
Marcelo sabía que solo una bruja podía desear tanto mal a alguien, se fue corriendo a su casa asustado, no pudo dormir esa noche pensando en las pslabras de la hija. Al día siguiente se propuso de nuevo observar a Lena a ver que hacía, llegando la noche se dirigió a la casa de la mujer y la observó escondido detrás de los árboles, vio que salía de la casa llevando una bolsa.
Lena llegó al monte donde estaba descansando su madre seguida por Marcelo, al llegar ahí, ella sacó de la bolsa un libro grande. Marcelo la observaba mientras la bruja conjuraba unas oraciones en latín, el pobre muchacho sentía un terror inaudito que se apoderaba de su cuerpo, después Lena comenzó a escarbar la tierra y sacar el ataúd de su madre, abrió la caja y vio como la anciana bruja se levantaba y abría los ojos que no eran más que cuencas vacías y de los cuales salían ratas y gusanos.
La anciana le habló a su hija y le dijó que debía cobrar venganza en contra del sacerdote y de la gente del pueblo, pues a su cuerpo pecador se le había negado la paz de la tierra santa, y como un perro había tenido que ser sepultada en un campo sin perdón.
-Ve a la torre de la iglesia; desde ahí pronuncia una maldición que se propague por el pueblo entero y derrama la sangre de sus habitantes y en especial de la del sacerdote sobre mi seco cadáver, sólo así podre descansar en paz. Aunque mi alma se vaya directamente al infierno, me vengaras y harás justicia a las hordas de Satán.
Diciendo esto último, el cadáver de la madre calló y la hija volvió a cerrar el ataúd, sepultándola de nuevo, Marcelo huyó de ahí llevándose en sus oídos las palabras de la bruja.
Al llegar a su casa, el muchacho les contó a sus padres lo que había presenciado, pero ellos no le creyeron pensando que tal vez el chico lo estaba inventando.
Al día siguiente, el sacerdote del pueblo fue encontrado muerto, lo habían apuñalado de la manera más brutal, por más que investigaron las autoridades del pueblo no encontraron un culpable.
Marcelo fue nuevamente a vigilar a la hija Lena para averiguar si ella había sido la culpable del asesinato del padre, vio como volvía a desenterrar el ataúd de la bruja mayor, al abrirlo la hija virtió sobre la anciana una botella que contenía sangre, Marcelo se horrorizó al pensar que se trataba de la del sacerdote.
Las tragedias en el pequeño pueblo comenzaron, muertes de niños, sequías, inundaciones, enfermedades como la viruela, la peste y la tuberculosis asolaron a la población.
Marcelo solo veía como la perversa bruja Lena vertía una y otra vez la sangre de los habitantes del pueblo sobre el hambriento cadáver de su madre, alguien más aparte de Marcelo vio el macabro ritual de la hija y fue a denunciarla con el Santo Oficio, la gente enardecida fue hasta su casa para hacerla pagar por sus maldades, pero ya era muy tarde ella ya se había esfumado, fueron a ver la tumba de la madre bruja pero ya no estaba.
Cuando llegaron al sitio del entierro de la bruja madre tampoco la encontraron, la maldición de las brujas se había cumplido y el pueblo y sus habitantes se hundieron en la tragedia.
Marcelo y sus padres se mudaron a la ciudad de México antes de que la maldición de las brujas los alcanzará, pero recordó las palabras de la hija y del amuleto que le regaló, supo que estarían bien, después de todo el fue el único que mostró algo de compasión a esas mujeres.
Un día mientras estaba en el tíanguis creyó ver a Lena, se estremeció de miedo. La mujer al verlo le sonrió pero lo más aterrador era que de la mano de esta estaba una mujer cubierta de una larga túnica negra, estaba encorvada y solo se veía su mano llena de arrugas, Marcelo las siguió pero al escuchar que su madre le hablaba perdió el rastro de las mujeres entre la multitud.
De Lena y su madre Úrsula no se volvió a saber nada.