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PEDRO MARTINEZ: El altar de oro...

El altar de oro

Hace mucho tiempo, Panamá era un puerto muy próspero, en donde atracaban barcos españoles que comerciaban con el oro desde Sudamérica hasta Europa. Pero por entonces, allá por el siglo XVII, los mercenarios y piratas lo sabían, y en una ocasión, decidieron atacar la pequeña ciudad.

Sin embargo, la voz corrió antes de que los piratas llegaran:

– ¡Alerta, alerta! ¡Me enteré de que mañana piensa atacarnos el terrible Henry Morgan!- dijo uno de los marineros que acababan de llegar al puerto- El superviviente de uno de los abordajes de este pirata nos lo ha contado.

Los habitantes panameños corrieron la voz. Todos comenzaron a esconder sus pertenencias y pequeñas fortunas. Sin embargo, había algo que no podían esconder, y era precisamente lo más valioso de la ciudad: el altar de oro de la iglesia de San José.

Los curas miraban con lástima el altar:

– En cuanto el malvado Henry Morgan llegue aquí con sus hombres, se llevarán el altar entero…

Pero uno de los sacerdotes tuvo una idea:

– ¡Ya lo tengo! ¡Pintemos encima del altar y no sabrán que debajo hay oro!

A todos les pareció bien, y fueron en busca de hierbas y arcilla para preparar una pintura marrón con la que comenzaron a tapar el altar de parte a parte. Estuvieron trabajando toda la noche y ya con los primeros rayos de sol de la mañana, llegaron los piratas.

Los piratas llegan a Panamá
Los hombres del terrible Henry Morgan comenzaron a revisar todas las viviendas. Para su sorpresa, apenas encontraron unas cuantas monedas.

– ¿Cómo puedes era?- protestaban los piratas- ¡Nos dijeron que Panamá era próspera, y aquí no hay nada!

Entonces, el propio Morgan se dirigió a la iglesia, y al entrar, se quedó extrañado del horrible altar que tenía frente a él.

– ¿Cómo tenéis un altar tan feo, pintado de forma tan pobre?- preguntó al sacerdote que aún daba con su pincel los últimos retoques.

– Pues fíjese que hemos vuelto a retocas la pintura porque esta nos parece incluso mejor… Somos muy pobres, y esto es todo lo que tenemos- contestó intentando ocultar su nerviosismo el sacerdote- Nosotros estamos orgullosos de nuestra iglesia.

– Desde luego, nos engañaron. Pensábamos encontrar oro y aquí no hay nada. Tome esta bolsa de monedas y compre una pintura mejor para el altar.

Y diciendo esto, el pirata le tiró una bolsa llena de monedas al sacerdote, para después prender fuego a todas las viviendas, enfadados por tener que irse con los bolsillos vacíos.

El fuego se extendió por la ciudad y todas las viviendas se quemaron. También la iglesia, que quedó reducida a cenizas, excepto el altar de oro, que permaneció intacto. Es lo único que quedó del antiguo Panamá.

Pero los habitantes de la ciudad reconstruyeron rápidamente todas las viviendas, un poco más alejadas del puerto, y volvieron a construir una iglesia, a donde llevaron el altar de oro, para recordar siempre que consiguieron burlar a los piratas y salvar toda su riqueza de los ladrones.