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PEDRO MARTINEZ: Conociendo Granada... El Campo del Principe, el cementerio...

Conociendo Granada... El Campo del Principe, el cementerio de la puerta de los Alfareros

Bajo el Campo del Príncipe hay multitud de esqueletos. De vasijas, de enseres personales. De personas que fallecieron en otro tiempo
La tradición atribuye su nombre a los festejos que se celebraron en el lugar tras la boda de Juan, el hijo de los Reyes Católicos, si bien su gran emblema es el Cristo de los Favores.
Bajo el Campo del Príncipe
En pleno corazón del Realejo se levanta una de las plazas más bonitas y curiosas de Granada capital. El Campo del Príncipe encierra en sí mismo algo que lo hace diferente. Rodeado de viviendas clásicas granadinas y flanqueado por bares y restaurantes que hacen las delicias de los visitantes, la zona esconde bajo sus pies el origen de la ciudad que hoy conocemos.
Bajo el Campo del Príncipe hay multitud de esqueletos. De vasijas, de enseres personales. De personas que fallecieron en otro tiempo. El Campo del Príncipe es en realidad un gran cementerio de hace ya varios siglos. Se construyó sobre un camposanto musulmán que alberga tantos recuerdos de granadinos que sorprenderían a los que suelen visitar la zona.
El cementerio es conocido como el de la Puerta de los Alfareros por encontrarse junto al arrabal que durante la dominación musulmana estaba habitado por profesionales del arte de la alfarería. Habiendo tantos que este lugar llegó a ser uno de los cementerios más grandes Granada hasta finales del siglo XIV cuando fue abandonado.
No hace demasiado tiempo, por testimonios que dan vecinos del Realejo, había zonas del Campo del Príncipe en las que se podían apreciar alguno de estas catacumbas en las que hay cientos de granadinos de la época árabe. Granadinos que forjaron buena parte de la ciudad que enamora al planeta.
De hecho hay lugares de Granada que permiten conectar directamente con el subsuelo del Campo del Príncipe y dar con los muertos que allí se congregan. Algo así como pasadizos, en su mayoría derruidos, que han llegado a ser recorridos por los mismos vecinos que un día vivieron allí. Testigos de esa magia que impregna a cada una de las calles de la ciudad convirtiendo en rehenes a sus visitantes.