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PEDRO MARTINEZ: Leyendas de mi Albaizin...

Leyendas de mi Albaizin

En una de las muchas y laberínticas calles del barrio de Albaicin, en la calle del Pino para más señas hubo hace mucho tiempo una hornacina en una de sus paredes, esta albergaba un lienzo con la pintura del Cristo resucitado y en su parte superior colgaba un gracioso farolillo que le proporcionaba una luz cálida. Esta hornacina hoy ya no existe pero si ha llegado hasta nosotros la leyenda del "cristo de las tinieblas".
Cuenta la leyenda que en una casona de la cuesta del Chapiz vivía una capitán retirado, Don Pedro Ballesteros, este llevaba una vida huraña y apartada de sus vecinos, los cuales apenas lo veían salir, solo lo hacía cuando acompañaba a su hermana a misa, la más temprana del día para entablar con la menos gente posible, Isabel, era su única familia, una joven encantadora, dulce y muy hermosa.
Su hermano ya tenía planes para ella, entrar en el convento de las monjas de clausura, pero lo que Don Pedro no sabía era que la joven era pretendida por un joven estudiante, Félix, que meses atrás conoció en la iglesia. Todas las noches, después del toque de ánimas, en el callejón de atrás de la casona los dos jóvenes se citaban para verse.
Un día, el capitán recibió la visita de la única persona que entraba en la casa asiduamente, su amigo y excompañero de batallas el Señor Gil Mendoza, el cuál estaba enamorado en secreto de Isabel y este día aprovechando la ocasión de verse solo con la joven le declaró su amor, ofreciéndole su mano que ella rechazó rotundamente. Rompió entonces Mendoza su amistad con el capitán y no volvió a pisar esa casa, desde entonces se dedicó a espiar en las sombras a Isabel.
Una noche fría y lluviosa de noviembre, Félix se acercó al balcón de Isabel, esta trás oir su tenue silbido abrió y dejó caer una nota atada a una llave que el joven guardó rápidamente para evitar que se mojara, Felix iba callejeando buscando un lugar seco donde leer la carta de su amada sin percatarse que una silueta oscura le seguía, fue a la altura de la calle Pino cuando Gil Mendoza llamó la atención del joven y ciego por los celos desenvainó la espada y fue hacia Félix, en ese momento, una claridad inmensa, cegadora, emanó del lienzo del Cristo de la hornacina iluminando toda la calle.
Los dos hombres quedaron sorprendidos por el suceso. Félix maravillado por el milagro que estaba contemplando fue a arrodillarse ante la sagrada imagen, fue entonces cuando Gil Mendoza aprovechó la distracción de Félix y lo atravesó con su espada.
Un grito de muerte rompió el silencio de la noche y Gil Mendoza echó a correr dejando al malherido estudiante desangrándose en el suelo, alzó la cabeza y mirando al Cristo le suplicó: "Señor, no me dejéis expirar sin verla" y como pudo, agonizando, intentó dirigirse hacia la casa de la joven...
Cuatro meses después, una pareja de recien casados salía de la Iglesia del Salvador, ella, Isabel, más guapa que nunca. Él, Felix con un rostro feliz aunque con cierta palidez aún.
El capitán los observaba satisfecho, pues él socorrió al herido en el umbral de su casa y enterado de lo ocurrido lo aceptó en la familia.
Nadie volvió a saber nada de Don Gil Mendoza aunque algunos cuentan haber visto algunas noches, después de las ánimas, un bulto oscuro llegar hasta la hornacina y en ese momento la luz del farolillo se apaga quedándose la imagen del Cristo en tinieblas.
Aún hoy, en las oscuras y lluviosas noches de invierno, los vecinos aseguran oir gemidos lastimeros, llenos de rabia y dolor, que achacan al Alma de Gil Mendoza que va vagando por las calles sin paz ni descanso por toda la eternidad.