PEDRO MARTINEZ: La gran historia del hilo rojo...

La gran historia del hilo rojo

¿Estamos predestinados a ciertas personas? ¿No importan las ignorancias, los azares o la libertad humana? ¿En verdad, en una suerte de teoría de la probabilidad sin ninguna matemática de por medio existe el destino? Estas preguntas podrán hacer pensar al lector, pero de algún modo son contestadas por la hermosa leyenda del hilo rojo que desarrollamos a continuación:

Una leyenda de origen asiático cuenta que un anciano que vive en la Luna sale cada noche y busca entre las almas aquellas que están signadas o predestinadas a unirse en el futuro, lo cual este buen hombre asegura uniéndolas a partir de una suerte de hilo rojo para que no se pierdan.

Sin embargo, la historia auténtica del hilo rojo (o por lo menos la más prolongada) versa sobre un emperador, quien se había enterado que en una de las provincias de su reino existía una bruja muy poderosa, capaz de poder ver el hilo rojo del destino, por lo tanto, la mandó a traer ante su magnánima presencia.

Con la llegada de la mujer, el emperador le pidió que buscara el otro extremo del hilo rojo que llevaba atado a su meñique y que, de esa manera, la hechicera lo encaminara hacia quien sería su potencial esposa. Naturalmente, la bruja accedió y comenzó el seguimiento de ese hilo rojo tan particular, ya que se trataba, nada más ni nada menos, que el de la máxima autoridad de un reino.

La búsqueda llevó hasta un mercado en donde una pobre campesina vendía sus productos, con un bebé en sus brazos. La bruja, al llegar aquí se detuvo, le comunicó a la mujer que se pusiera de pie y, con el arribo del emperador, le anunció a este que justamente ahí era donde culminaba su hilo rojo. Es evidente que semejante realidad no agradó al emperador, quien no solo consideró todo una burla de la bruja, sino que se enfureció de tal manera que empujó a la pobre campesina, haciendo que la criatura que llevaba entre sus brazos cayera y se hiriera de manera sensible la frente. Acto seguido ordenó que detuvieran a la bruja y que le cortaran la cabeza.

Muchos años después, cuando llegó el momento en que el emperador debía casarse, su corte le recomendó que sería mejor que desposara a la bella hija de un general muy poderoso. El emperador aceptó y se comenzaron todos los preparativos para recibir a esa muchacha, quien sería la flamante esposa. Finalmente, llegó el momento de la boda y divisar por primera vez el rostro de la mujer. Ella entró al palacio con un hermoso vestido y un velo que cubría totalmente su rostro. El emperador al vislumbrar la hermosa cara de la muchacha se dio cuenta de una llamativa cicatriz que portaba su frente. Esa cicatriz era justamente la que él había provocado cuando unas primaveras antes había rechazado su imperturbable destino, uno que la misma bruja había puesto frente a sus narices y él descreyó.