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PEDRO MARTINEZ: Los hermanitos de la esperanza...

Los hermanitos de la esperanza

Una vez en una apartada orilla de lago vivían dos hermanitos uno de once y el otro de doce años, ellos vivían con su madre y su padre en una casa de madera cercana a las placidas orillas. Acudían a una pequeña escuela estadal en horas de la mañana y en horas de la tarde ayudaban a su madre en la recolección de trigo para luego llenar los sacos y montarlos en la carreta de madera, guiada por su padre. Quien cada dos semanas tomaba el largo camino hacia un lejano pueblo a fin de encontrar a alguien que pudiera comprar su trigo.

Pero no todo el tiempo el señor encontraba quien le tomara su mercancía y muchas veces regresaba a casa días después aun con la carga en su carreta. De manera que en el momento de su partida los dos niños y su madre le deseaban buena suerte.

El tiempo corría en su ausencia y en algunos casos tenía suerte de vender todo el producto, pero a veces cuando llegaba cargando de vuelta con la mercancía ésta debía ser dada como alimento a los animales pues había expirado y ya no era buena para el consumo de las personas.

Sin embargo, los niños y la madre continuaban deseándole buena suerte.
Un día el señor estaba muy triste porque no había vendido nada en mucho tiempo y esta vez cuando su carreta halada por mulas estaba llena, tomó las riendas de la carruaje y se marchó.

Las horas pasaron y pasaron y los días se convirtieron en semanas, y las semanas se convirtieron en meses y los meses en años y el padre no regresó jamás. La madre y los niños quedaron muy preocupados y tuvieron que seguir trabajado en el campo para poder comer.

Pasaron seis años y los niños se hicieron jóvenes que ahora se encargaban de las siembras junto con su madre. Ellos todavía deseaban y abrigaban la esperanza de que si algún día ellos se iban a ese lejano pueblo a vender la mercancía, no tuvieran que venir de vuelta nuevamente cargando el producto.

Hasta ahora, el trigo se vendía en pequeñas porciones a aquellos que lo necesitaban en las cercanías.

Un buen día los dos hermanos decidieron probar suerte y viajar por primera vez al lejano pueblo a fin de tratar de vender su trigo y aprovechar el viaje para averiguar que había pasado con su padre luego de seis largos años.

Su mamá estaba muy preocupada, ya que perdió a su marido hacía años y ahora no quería perder a sus dos hijos en manos de aquellos lejanos y desconocidos viajes.

Los hermanitos de la esperanza
Tres semanas más tarde el trigo ya estaba listo para ser colectado y luego ser empacado en los sacos.

Los hermanitos prepararon y cargaron una carreta de madera llevada por una mula que había quedado en la hacienda y muy temprano en la mañana la madre los despedía, les deseaba suerte y los proveía de bastimentos para el viaje, para ellos y para la mulita.

Tres días más tarde llegaban ya a una villa bastante ocupada, donde se veían muchas mulas y caballos montados con carretas y mercados ajetreados con personas comprando y vendiendo distintas mercancías.

Ellos comenzaron a ir por diferentes sitios de la villa preguntando a las personas si sabían que había pasado con su padre, hacía seis años atrás, pero nadie podía darle explicación de nada, hasta que llegaron ofreciendo su trigo a una tienda que atendía un anciano que tomó en sus manos un puñado de trigo.

– “ ¿De dónde viene este trigo?” –preguntó.
– “De nuestra pequeña finca” –contestó uno de los hermanos.
– “Este buen trigo me parece muy conocido, es el mismo que solía vender mi querido amigo Abdul” –dijo.
– “ ¿Abdul?” –preguntó el más grande- “ ¿Usted lo conoce?” –inquirió.
– “Sí claro que lo conozco” –contestó el mercader- “ ¿Pero quienes son ustedes?” –preguntó a los muchachos.
– “Somos sus hijos” –contestó el menor- “él es nuestro padre”.
El viejo mercader estaba feliz, él sabía que algún día los hijos de su querido amigo Abdul vendrían al pueblo a ofrecer su trigo y él estaría encantado de decirles donde podrían venderlo.

– “ ¿Ven aquel granero?” –preguntó el anciano apuntando hacia un local grande, ubicado en la calle principal del centro de aquel pueblo, con un recibo y un sitio de entrada para cargar y descargar las bestias con todo tipo de granos y mercancía.
El nombre del negocio estaba escrito en grandes letras en la alta pared principal “Los Hermanitos de la Esperanza”

– “Sí” –respondieron los muchachos- “Lo vemos”.
– “Ese local abrió escasos días atrás, para ayudar a aquellos que vienen de lejos y no tienen donde vender o intercambiar su mercancía.” -explicó el hombre- “Vayan allá y podrán vender su trigo”.
– “Gracias” –dijeron los muchachos, arreando la mula hacia aquel lugar.
Cuando llegaron allá, vieron al recibidor que hablaba de espaldas con uno de los encargados.

– “ ¿Podemos vender nuestro trigo aquí?” –preguntó uno de los hermanos.
El recibidor volteó y los muchachos se quedaron impresionados con ese rostro, el rostro de su padre que estaba ahora frente a ellos. Aquel recibidor era Abdul, el hombre que hacia seis años abandonó la casa, llevando consigo una carreta cargada de trigo, que nunca más había regresado.

– “ ¡Papá!” –gritaron emocionados los muchachos.
– “ ¡Mis hijos!” –clamó su padre con los ojos desbordados en lágrimas.
El hombre se aproximó a los muchachos abrazándolos y pidiendo perdón por su ausencia.

Los dos jóvenes estaban muy contentos de ver nuevamente a su padre y entendieron inmediatamente que él nunca se había olvidado de ellos.

Después del conmovedor encuentro, Abdul les mostró el negocio que ahora poseía, que creó con sacrificio y privación y lo nombró en honor a lo que significaban para él sus dos hijos, “La Esperanza” porque ellos siempre le desearon suerte. Y esa suerte llegó y ahora podrían cosechar todo el trigo que quisieran porque tenían un sitio seguro donde venderlo.

Al día siguiente, Abdul al fin regresó a casa con sus niños no solamente llenando a su esposa de felicidad con su retorno, sino también trayendo la buena nueva de un prospero negocio, no solamente hecho con su esfuerzo y sacrificio, sino también con el deseo y la buena voluntad de Los Hermanitos de la Esperanza.