PEDRO MARTINEZ: ‘ El sol rojo’, una leyenda sobre el origen del atardecer...

‘ El sol rojo’, una leyenda sobre el origen del atardecer

Cuenta una antigua leyenda de Paraguay que hace mucho, pero que mucho tiempo, los atardeceres no eran naranjas ni rojos. El sol se escondía, sin más. El cielo se oscurecía pero nunca se tornaba anaranjado.
Los indios mocoretaes conocen la historia de porqué el cielo un buen día comenzó a tornarse naranja y rojizo al atardecer:
Existió entre los indios mocorataes de Paraguay una joven muy bella, de nombre Picazú, que significaba ‘paloma torcaz’. Y un joven y apuesto guerrero llamado Igtá, que significaba ‘gran nadador’.
La pareja tenía muchas cosas en común, y a los dos les encantaba estar juntos. Según pasaron los meses, se enamoraron. Así que Igtá le pidió matrimonio a Picazú. Ella aceptó sin dudar.
La pareja fue a hablar con los padres de la joven para pedir permiso para casarse. Los padres de la chica, al verlos tan enamorados, consintieron la ceremonia. Pero antes, el padre de la joven, puso a prueba a Igtá: le pidió que demostrara qué tal se le daba la pesca. El chico, que nadaba muy bien, se echó al río y regresó con un montón de peces en poco tiempo.
– ¡Qué maravilla!- dijo el padre de Picazú- Sin duda, nunca os faltará el alimento. ¡Eres un excelente pescador!
Sin embargo, también tenían que pedir permiso al adivino de la tribu, Tuyá, así que fueron a visitarlo. El anciano escuchó la petición de la pareja, miró al cielo y dijo:
– La luna llena y el cielo repleto de estrellas indican que seréis una pareja muy feliz. Adelante, os doy el consentimiento. Espero que el Dios Tupá esté de acuerdo. Si queréis, podéis casaros dentro de tres lunas.
La pareja, radiante de felicidad, organizó el festejo. Igná y Picazú se casaron. La fiesta transcurría con normalidad, hasta que de pronto, sin previo aviso, comenzó a llover con mucha fuerza.
– ¡Oh, no!- dijo de pronto el adivino de la tribu- ¡El Dios Tupá está llorando! ¡No quería que se celebrara esta boda! No pasa nada, como ya estáis casados, podéis esconderos y vivir felices en la isla que hay frente a nuestra tribu. A Tupá el destierro le bastará…
La pareja asintió. Solo querían vivir juntos, así que aquella solución, a pesar de entristecerles, les parecía correcta. Así que, en medio de la intensa lluvia, ambos recogieron sus cosas y se echaron al inmenso río, en busca del pequeño islote.
Igtá era un excelente nadador, así que comenzó a nadar con su esposa entre los brazos. Pero entonces, algunos de los indios más celosos, que además habían enfurecido por la lluvia implacable del Dios Tupá, comenzaron a insultar a la pareja. Creían que el dios Tupá estaba muy enfadado por su culpa.
El enfado creció y creció, y de los insultos pasaron a las flechas. La pareja, asustada, no sabía cómo escapar de aquello.
Pero entonces, el dios Tupá, que lo estaba viendo todo, quiso ayudar a los recién casados. El sol estaba poniéndose, y en ese momento, la lluvia cesó y el cielo empezó a teñirse de rojo. El rojo era tan intenso que hasta el río parecía de sangre.
Los indios, asustados, dejaron de lanzar flechas. Entendieron que era una señal del dios Tupá para que pararan. Y así fue como la pareja consiguió llegar hasta el islote, en donde ambos vivieron felices y consiguieron construir una preciosa familia.
Para que nunca se olvidara el triunfo del amor sobre todas las cosas, el dios Tupá decidió mantener el atardecer anaranjado durante el resto de los días.


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