Béla y Barè
Esta es la curiosa historia de dos seres diferentes y bellos, nacidos de la magia y amados por el universo.
Béla nació en un frondoso bosque de una brillante y esmeralda lágrima de la diosa Natura; fresca e inocente, llena de dulzura y de luz. Brotó del fértil suelo donde sus pies echaron raíces.
La cuidaron y criaron las hadas, los dioses y los bichitos del bosque, como un regalo venido de las arterias de la misma diosa.
Gustaba de correr y recorrer los sinuosos caminos que vertebraban aquel mágico bosque, hasta alcanzar los límites de la tierra, justo donde el mar se hacía tormenta y trueno con furia y belleza.
Le gustaba saltar hasta una roca que emergía del océano y quedarse allí, callada y mirando en silencio... ¿quién sabe qué?. Siempre mirando, como esperando que algo le aconteciera. El mar, sin duda de ella enamorado, remansaba sus bravas aguas alrededor suyo.
Barè nació de un trozo de una lejana estrella, la más brillante y pequeña de las estrellas de una constelación del norte que, ansiosa por ser carne, se dejó caer en un mundo azul y bello.
Él fue criado y custodiado por el viento, al que podía oír entre susurros, en un lenguaje por todos desconocido.
Brotó de las aguas del profundo océano cubierto de escamas doradas, abrazado y protegido por el rey de todas las estrellas, el Dios Sol.
Era silencioso y callado, con sus ojos siempre metidos en su pecho y su alma lejana... muy lejana. Perdía la vista mirando las estrellas que en su piel el mar había tatuado.
En las tardes, le embargaba una gran melancolía, que nadie explicaba
y salía a la tierra por las solitarias arenas. Subía y subía, hasta lo más alto, para poder verlo todo.
Una tarde que Béla se dirigía a su roca, vio en la orilla escritas unas letras en un lenguaje que nunca había visto pero que, sin explicación alguna, ella entendía. Se preguntaba quién podría haber escrito aquellos raros signos, pues creía que estaba sola en el mundo, acompañada, tan sólo, por sus agrestes criaturas.
Así que saltó a su roca y esperó... y esperó... y justo cuando el sol estaba a punto de sumergirse en el horizonte, quedó maravillada al ver que de las profundidades azules de su mar, emergía una criatura hecha de agua, con la piel dorada, que se dirigía a la orilla. Una vez había salido, pudo observar como aquel raro y desconocido ser cogía una pluma de gaviota y en el suelo escribía. Después vio, asombrada, como trepaba a lo más alto del acantilado y se paró, de pie y callado, fijando su vista en lo más lejano... y se lanzó sin pensarlo a las aguas.
Béla, llevada por un impulso que no conocía y que hacía temblar su cuerpo y agitar su pecho, justo antes de que él tocara las aguas, le lanzó un largo y dorado hilo mágico que sus hadas le habían dado, enlazando a aquel ser tan extraño, y tiró fuerte del hilo para no perderlo.
Barè quedó bajo el océano esperando... Notaba que algo mágico, por él ignorado hasta ese momento, tiraba de su alma. Se produjo entonces una conexión que ni los demonios subterráneos ni los de los cielos de fuego jamás separaron.
Ella sentía las irresistibles ganas de ser de agua y volar entre burbujas. Él sentía que quería ser ave y que sus manos fueran negras alas.
El universo, mágico e insondable, engendra criaturas así, que sólo el Amor puede unir y nada separar.
Béla y Barè están unidos en sus distancias atemporales, unidos en un silencio a gritos que sólo el mar y el sol saben, que sólo el viento susurra en versos cada tarde.
¡Que ningún ser de carne de este planeta azul y verde les separe!
Alioth Ursae Majoris
Esta es la curiosa historia de dos seres diferentes y bellos, nacidos de la magia y amados por el universo.
Béla nació en un frondoso bosque de una brillante y esmeralda lágrima de la diosa Natura; fresca e inocente, llena de dulzura y de luz. Brotó del fértil suelo donde sus pies echaron raíces.
La cuidaron y criaron las hadas, los dioses y los bichitos del bosque, como un regalo venido de las arterias de la misma diosa.
Gustaba de correr y recorrer los sinuosos caminos que vertebraban aquel mágico bosque, hasta alcanzar los límites de la tierra, justo donde el mar se hacía tormenta y trueno con furia y belleza.
Le gustaba saltar hasta una roca que emergía del océano y quedarse allí, callada y mirando en silencio... ¿quién sabe qué?. Siempre mirando, como esperando que algo le aconteciera. El mar, sin duda de ella enamorado, remansaba sus bravas aguas alrededor suyo.
Barè nació de un trozo de una lejana estrella, la más brillante y pequeña de las estrellas de una constelación del norte que, ansiosa por ser carne, se dejó caer en un mundo azul y bello.
Él fue criado y custodiado por el viento, al que podía oír entre susurros, en un lenguaje por todos desconocido.
Brotó de las aguas del profundo océano cubierto de escamas doradas, abrazado y protegido por el rey de todas las estrellas, el Dios Sol.
Era silencioso y callado, con sus ojos siempre metidos en su pecho y su alma lejana... muy lejana. Perdía la vista mirando las estrellas que en su piel el mar había tatuado.
En las tardes, le embargaba una gran melancolía, que nadie explicaba
y salía a la tierra por las solitarias arenas. Subía y subía, hasta lo más alto, para poder verlo todo.
Una tarde que Béla se dirigía a su roca, vio en la orilla escritas unas letras en un lenguaje que nunca había visto pero que, sin explicación alguna, ella entendía. Se preguntaba quién podría haber escrito aquellos raros signos, pues creía que estaba sola en el mundo, acompañada, tan sólo, por sus agrestes criaturas.
Así que saltó a su roca y esperó... y esperó... y justo cuando el sol estaba a punto de sumergirse en el horizonte, quedó maravillada al ver que de las profundidades azules de su mar, emergía una criatura hecha de agua, con la piel dorada, que se dirigía a la orilla. Una vez había salido, pudo observar como aquel raro y desconocido ser cogía una pluma de gaviota y en el suelo escribía. Después vio, asombrada, como trepaba a lo más alto del acantilado y se paró, de pie y callado, fijando su vista en lo más lejano... y se lanzó sin pensarlo a las aguas.
Béla, llevada por un impulso que no conocía y que hacía temblar su cuerpo y agitar su pecho, justo antes de que él tocara las aguas, le lanzó un largo y dorado hilo mágico que sus hadas le habían dado, enlazando a aquel ser tan extraño, y tiró fuerte del hilo para no perderlo.
Barè quedó bajo el océano esperando... Notaba que algo mágico, por él ignorado hasta ese momento, tiraba de su alma. Se produjo entonces una conexión que ni los demonios subterráneos ni los de los cielos de fuego jamás separaron.
Ella sentía las irresistibles ganas de ser de agua y volar entre burbujas. Él sentía que quería ser ave y que sus manos fueran negras alas.
El universo, mágico e insondable, engendra criaturas así, que sólo el Amor puede unir y nada separar.
Béla y Barè están unidos en sus distancias atemporales, unidos en un silencio a gritos que sólo el mar y el sol saben, que sólo el viento susurra en versos cada tarde.
¡Que ningún ser de carne de este planeta azul y verde les separe!
Alioth Ursae Majoris