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PEDRO MARTINEZ: LEYENDA DEL SOLDADO ENCANTADO. IGLESIA DE SANTA ANA....

LEYENDA DEL SOLDADO ENCANTADO. IGLESIA DE SANTA ANA. GRANADA

Cuenta la leyenda, que hace muchos, muchos años llegó a Granada un estudiante de Salamanca que se dedicaba a viajar durante el verano cantando al son de su guitarra.

Una noche de San Juan, mientras paseaba por la ciudad y se hacía con unas monedas para pagar sus estudios, encontró un soldado fantasmagórico, vestido de armadura y armado con una lanza.

El joven, sobrecogido, se acercó al soldado y le preguntó quién era, a lo que éste respondió con una fantástica historia.

Dijo que hacía trescientos años un alfaquí musulmán lo había hechizado para que guardara el tesoro de Boabdil eternamente y tan sólo podía salir una vez cada cien años.

El estudiante se preocupó por el pobre soldado y quiso saber la forma en la que podría ayudarle. El hombre, muy satisfecho, le prometió repartir con él el tesoro si lo ayudaba a romper el hechizo. Para ello se precisaba encontrar un sacerdote en ayunas y una joven cristiana.

Pronto encontraron a una joven dispuesta a ayudarlos, pero al único cura que localizaron era un hombre obeso y con exceso de gula. Adoraba la buena comida y no podía dejar su estómago descansar demasiado tiempo. En un principio se negó a ayudarlos, y hubieron de prometerle compartir el tesoro y una buena comilona al finalizar el trabajo para que accediera.

Por fin subieron hasta La Alhambra, donde se encontraba el escondite del tesoro, portando una gran cesta llena de manjares para que el cura satisficiera su apetito al acabar. Al llegar a una de sus torres, la piedra se abrió a una orden del soldado. Estupefactos contemplaron el interior repleto de joyas, monedas, oro, sedas…

El soldado, entusiasmado, se apresuró a formular el contra-hechizo que al fin lo dejaría en libertad y les permitiría a todos gozar de sus riquezas de por vida.

Pero, para el estómago del cura, el soldado tardaba demasiado, así que éste se acercó con sigilo a la cesta y pensó: “nadie se dará cuenta si tomo un bocado mientras espero…” Tomó un capón y lo devoró entero de una sentada.

De repente el estudiante, la muchacha y el cura se encontraron en el exterior de la torre junto a la entrada sellada, contemplando atónitos cómo la luna incidía sobre ella y el viento apagaba los gritos desesperados del soldado atrapado en el interior.

Sin embargo algo si sacó el joven estudiante de toda aquella historia ya que la muchacha cristiana supo hallar consuelo en sus brazos.