LOS ESPARRAGOS HISTORIAS GRANAINAS
Un joven buscaba espárragos silvestres por estos lugares para su madre enferma porque el médico se los había recomendado. Vivía en el barrio del Albaicín, su familia era muy pobre y por eso, cuando por estos lugares llegaba la primavera, buscaba hierbas y flores por los campos. Y aquella tarde, un poco antes de ponerse el sol, ya se disponía él a bajar por la Cuesta del Rey Chico y regresar a su casa en el barrio blanco. Llevaba en sus manos un buen manojo de espárragos silvestres que, a lo largo de muchas horas, había buscado por los rincones de esta gran colina. Y caminaba entusiasmado mientras se decía: “Con estos espárragos, esta noche haremos una buena tortilla y cuando los pruebe mi madre, a lo mejor se cura, según dice el médico”.
Cuando de pronto, un poco antes de la Silla del Moro, le salieron al paso tres soldados de la Alhambra, montados en sus caballos. Se le pusieron delante y le dijeron:
- Ya sabemos quien es el que anda por estos montes robando espárragos y todo lo que se presente.
Perplejo se quedó el joven, mirando a los soldados y pasado unos segundos, reaccionó y dijo:
- Yo no he robado nada a nadie. Estos espárragos crecen espontáneos en las montañas y yo los he cogido para alimentarnos en mi casa y para que mi madre no se muera.
- Eso es lo que dices tú. Todas estas tierras pertenecen al rey que vive en la Alhambra y por eso sus frutos, flores, leña, agua y aire, son de su entera propiedad. Dadnos ahora mismo ese manojo de espárragos y para que conste que los has robado tú, te presentamos este documento donde tienes que firmar.
Por completo extrañado y fuera de sí, el joven miraba a los soldados y miraba al documento que le alargaban para que lo firmara. Con voz quebrada dijo:
- Yo no sé firmar ni tampoco acepto que me llaméis ladrón. Mi madre se está muriendo y yo he venido a estos montes a por unos espárragos silvestres para que se los coma y sane.
Y enseguida, uno de los soldados, bajó del caballo, le quitó al joven su manojo de espárragos, le clavó la punta de la lanza en un brazo y al brotar la sangre, dijo al muchacho:
- Moja tu dedo en tu propia sangre y estámpalo sobre este documento. Esta será tu firma para siempre y que nosotros presentaremos al rey.
Aterrorizado el joven mojó su dedo en la sangre que le brotaba de la herida en el brazo y luego presionó el dedo sobre el documento que el soldado le presentaba. Cuando hubo terminado, el mismo soldado le dijo:
- Ahora ya puedes marcharte y da gracias al cielo que solo nos quedamos con tus espárragos y la firma que sobre este documento has estampado.
Por la ladera que baja al río Darro y en aquellos momentos tapizada de abundante hierba fresca, descendió el joven triste y humillado. Las gotas de sangre que caían de la herida en su brazo, se iban quedando por entre la hierba y se convertían en hermosas amapolas, frescas y rojas. Y cuenta la leyenda que, desde aquel día hasta hoy, cada primavera y todos estos paisajes, se llenan de multitud de flores, muchos espárragos silvestres y amapolas color sangre, que resaltan por entre las praderas de hierba. Y esta tarde, después del tiempo que ha pasado, por aquí todo parece igual. Brillan las amapolas, flore el esparto, se ven espárragos por muchos sitios y hasta se intuye aquel joven caminando por estos campos, que ahora llaman “Territorio Alhambra”.
Un joven buscaba espárragos silvestres por estos lugares para su madre enferma porque el médico se los había recomendado. Vivía en el barrio del Albaicín, su familia era muy pobre y por eso, cuando por estos lugares llegaba la primavera, buscaba hierbas y flores por los campos. Y aquella tarde, un poco antes de ponerse el sol, ya se disponía él a bajar por la Cuesta del Rey Chico y regresar a su casa en el barrio blanco. Llevaba en sus manos un buen manojo de espárragos silvestres que, a lo largo de muchas horas, había buscado por los rincones de esta gran colina. Y caminaba entusiasmado mientras se decía: “Con estos espárragos, esta noche haremos una buena tortilla y cuando los pruebe mi madre, a lo mejor se cura, según dice el médico”.
Cuando de pronto, un poco antes de la Silla del Moro, le salieron al paso tres soldados de la Alhambra, montados en sus caballos. Se le pusieron delante y le dijeron:
- Ya sabemos quien es el que anda por estos montes robando espárragos y todo lo que se presente.
Perplejo se quedó el joven, mirando a los soldados y pasado unos segundos, reaccionó y dijo:
- Yo no he robado nada a nadie. Estos espárragos crecen espontáneos en las montañas y yo los he cogido para alimentarnos en mi casa y para que mi madre no se muera.
- Eso es lo que dices tú. Todas estas tierras pertenecen al rey que vive en la Alhambra y por eso sus frutos, flores, leña, agua y aire, son de su entera propiedad. Dadnos ahora mismo ese manojo de espárragos y para que conste que los has robado tú, te presentamos este documento donde tienes que firmar.
Por completo extrañado y fuera de sí, el joven miraba a los soldados y miraba al documento que le alargaban para que lo firmara. Con voz quebrada dijo:
- Yo no sé firmar ni tampoco acepto que me llaméis ladrón. Mi madre se está muriendo y yo he venido a estos montes a por unos espárragos silvestres para que se los coma y sane.
Y enseguida, uno de los soldados, bajó del caballo, le quitó al joven su manojo de espárragos, le clavó la punta de la lanza en un brazo y al brotar la sangre, dijo al muchacho:
- Moja tu dedo en tu propia sangre y estámpalo sobre este documento. Esta será tu firma para siempre y que nosotros presentaremos al rey.
Aterrorizado el joven mojó su dedo en la sangre que le brotaba de la herida en el brazo y luego presionó el dedo sobre el documento que el soldado le presentaba. Cuando hubo terminado, el mismo soldado le dijo:
- Ahora ya puedes marcharte y da gracias al cielo que solo nos quedamos con tus espárragos y la firma que sobre este documento has estampado.
Por la ladera que baja al río Darro y en aquellos momentos tapizada de abundante hierba fresca, descendió el joven triste y humillado. Las gotas de sangre que caían de la herida en su brazo, se iban quedando por entre la hierba y se convertían en hermosas amapolas, frescas y rojas. Y cuenta la leyenda que, desde aquel día hasta hoy, cada primavera y todos estos paisajes, se llenan de multitud de flores, muchos espárragos silvestres y amapolas color sangre, que resaltan por entre las praderas de hierba. Y esta tarde, después del tiempo que ha pasado, por aquí todo parece igual. Brillan las amapolas, flore el esparto, se ven espárragos por muchos sitios y hasta se intuye aquel joven caminando por estos campos, que ahora llaman “Territorio Alhambra”.