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PEDRO MARTINEZ: CASTILLO DE ARENA EN EL RÍO DARRO...

CASTILLO DE ARENA EN EL RÍO DARRO

El niño recorría las calles del Albaicín, con la ropa rota, la cara manchada de tizne o barro y los pies desnudos. Tenía hambre y siempre que recorría las calles, miraba para la Alhambra y soñaba con una princesa que nunca había visto. A veces se iba con el padre a las tierras del huertecillo que tenía cerca del río y se afanaba en regar los tomates, los ajos o las habas. Y otras veces, se iba con la madre, cuando ésta bajaba al río a lavar la ropa y también le ayudaba.

Y aquella limpia y algo calurosa mañana de primavera, la madre le dijo:
- Hoy tengo que ir a lavar al río. Vente conmigo y me ayudas.
Y con su cara manchada de tierra y su ropa rota, se fue con la madre al río. Por donde las aguas corren serenas y se forman charcos y pequeños vados. Por donde hoy el río aun sigue pasando y al sitio se le conoce con el nombre de Paseo de los Tristes. Sobre la hierba la madre amontonó la ropa sucia, buscó una gran piedra y se puso a lavar en la corriente. Un poco más abajo, se remansaba el charco y en su orilla, se extendían pequeñas playas de arena. Miró el niño a la madre y le preguntó:
- ¿Puedo construir y, mientras tú lavas, un pequeño castillo?
- Construye un castillo y así te entretienes.

Y el niño se puso y con la arena mojada, comenzó a construir un castillo. Miraba a la Alhambra y ponía puñados de arena sobre las murallas de su castillo. Levantaba unas torres y para sí se decía: “En una de estas torres, la más grande y bonita, vive mi solitaria princesa. Y como está cautiva, yo tengo que intentar rescatarla. La salvaré y entonces ella se hará mi amiga y por fin yo seré príncipe y tendré caballos, reinos y riquezas”.

La madre lo miraba, mientras restregaba la ropa sucia contra la piedra y luego la enjuagaba en las claras aguas del río. El sol caía sereno, algo caluroso y la corriente saltaba, se remansaba en el charco, entre las zarzas cantaba un ruiseñor y en lo más alto de la colina, la Alhambra se asomaba como observando. Recogía puñados de arena de las pequeñas playas al borde del charco, los apretujaba y los iba colocando sobre las murallas de su castillo, en las torres y palacios. Y poco a poco fue dando forma a su obra de arena hasta que llegó un momento en que lo tenía todo terminado. Le dijo a la madre:
- La princesa está en su torre cautiva y me llama para que la rescate.
- Pero la princesa que tú sueñas vive en las torres de la Alhambra y no este pequeño castillo de arena.
- Aquella princesa es la misma que hay este castillo mío. Yo la conozco y como ella me necesita, tengo que salvarla. ¿No oyes como me llama?

Y la madre siguió lavando la ropa en la corriente del río. El niño se sentó en la hierba, cerca de su castillo, frente a la Alhambra y no lejos de las aguas del río y se puso a idear un plan para rescatar a su princesa. Y como en su corazón retumbaban las voces de su amiga prisionera, le respondía:
- Espero un momento que estoy buscando un punto para escalar las murallas y poder entrar a la torre donde estás encerrada.
El sol caía, ahora ya colocado en lo más alto y por eso calentando mucho más. La arena con la que estaba construido el Castillo, se fue secando y el niño, mientras meditaba buscando la manera de escalar las murallas y miraba para la Alhambra, fue descubriendo como su castillo, poco a poco se desmoronaba. Seguía sintiendo a su princesa llamándolo y él le decía:
- Si el castillo se cae tú quedarás dentro sepultada. Pero antes de que esto suceda, yo voy a rescatarte, mi princesa.