PEDRO MARTINEZ: 3ra. Parte...

LEYENDAS GRANAINAS. Las tres princesas. 1ra. Parte.

Cuenta la leyenda, que hace siglos reinaba en Granada un príncipe moro de nombre Mohamed, al que sus vasallos le llamaban por el sobrenombre de "El Haigary" que quiere decir "El Zurdo", por ser más ágil en el uso de la mano izquierda que con la diestra, otros dicen lo que porque solia hacerlo todo al revés, o más claro aún "que lo hacía todo mal" y solia echar a perder todos los asuntos en que se entremetia.

Lo cierto es que, ya por desgracia o por falta de tacto, estaba continuamente sufriendo mil contrariedades, como, ser destronado por "tres veces", en la última pudo escapar milagrosamente a África disfrazado de pescador, salvandose así, de una muerte segura.

Sin embargo, el Zurdo, era tan valiente como obstinado y aunque zurdo, esgrimia su cimitarra con una maravillosa destreza, con lo que consiguió recuperar su trono a base de pelear.

Pero lejos de aprender a ser prudente en la adversidad, se hizo obstinado, y endureciendo su brazo izquierdo en sus continuas terquedades.

Las calamidades públicas que atrajo sobre si y sobre su reino, pueden conocerse leyendo los anaales arábigos de Granada, pues la presente leyenda no trata más que se su vida privada.

Paseando a caballo cierto día, Mohamed "Él Zurdo" acompañado de un gran séquito de sus cortesanos, por la falda de Sierra Elvira, tropezó con un piquete de caballería que regresaba de una escaramuza en el país de los cristianos. Éstos conducían una larga reata de mulas en las que cargaban su botín y multitud de cautivos de ambos sexos. Entre las cautivas, venía una cuya presencia causó honda sensación de en el ánimo del Sultan Mohamed, era ésta, una hermosa joven ricamente vestida, que iba llorando sobre su pequeño palafrén, sin que le bastarán para su consuelo las palabras que le dirigía una ama que la acompañaba.

Prendose el "Zurdo" de su hermosura, e interrogando sobre ella al jefe de la guardia, supo que era la hija del alcalde de una fortaleza fronteriza que habían sorprendido y saqueado durante la "excursión".

Mohamed, el soberano Zurdo, pidió a la bella cautiva como la parte que le correspondía de dicho botín, llevándola a su harén de la Alhambra.

Se inventaron en vano mil diversiones para distraerla y aliviarla de su melancolía, por último, el monarca, que cada vez estaba más enamorado de ella, resolvió hacerla su sultana, la joven española rechazó en un principio sus proposiciones, pensando que era moro, enemigo de su país y, lo que era peor, que estaba bastante entrado en años.

Viendo Mohamed el Zurdo, que su constancia no le servía de gran cosa, determinó atraer a la dueña que venía prisionera con la joven cristiana. Era aquella andaluza de nacimiento y no se le conocía su nombre cristianó, solo se sabe que en las leyendas moríscas se la denomina "la discreta kadiga;
¡y en verdad que era discreta a resultas de su historial!
Apenas el rey Mohamed se poso en contacto con ella, cuando vió su habilidad para persuadir, y le confío el emprender la conquista de su joven señora, Kadiga comenzó su tarea de éste modo;

- ¡Idos allá! -... - decía a la señora-

¿a que viene ese llanto y esa tristeza?

¿No es mejor ser sultana de éste hermoso palacio, adornado de jardines y fuentes, que vivir encerrada en la torre fronteriza de vuestro padre?

¿Que importa que Mohamed sea infiel?

Os casais con el, no con su religión, y si es un poquito viejo, pues más pronto os quedaréis viuda y dueña de vuestro albedrío. Y puesto que de todas maneras tenéis que estar en su poder, más vale ser princesa que no esclava, cuando uno cae en manos de un ladrón, mejor es venderle las mercancías a buen precio que no dar lugar a que te las arrebate por la fuerza....

Fin de la 1ra. Parte.

2da. Parte.

.. Los argumentos de la discreta Kadiga hicieron su efecto, la joven española enjugó sus lágrimas y al fin accedió a ser la esposa de Mohamed el Zurdo, adoptando, además, la religión de su real esposo, así como la astuta Kadiga afectó haberse hecho fervorosa partidaria de la religión mahometana, fue entonces cuando realmente tomó el nombre árabe de Kadiga y se le permitió permanecer como persona de confianza al lado de su señora.

Pasado el tiempo, el Rey moro fue padre de tres hermosisimas princesas nacidas de un mismo parto, y, aunque Mohamed el Zurdo hubiera preferido que nacierán tres varones, se consoló con ver que sus tres niñas eran tan hermosas para un hombre de su edad, y zurdo por añaduría.

Siguiendo la costumbre de los califas musulmánes, convocó a sus astrólogolos con objeto de consultarles sobre tan fausto suceso.

Hecho por los sabios el horóscopo de las tres princesas, dijeron al Zurdo moviendo la cabeza;

"Las hijas, ¡oh, rey!, fueron siempre "propiedad poco segura" pero éstas necesitarán aún más de tu "vigilancia" cuando estén en edad de casarse, al llegar ese tiempo, recogelas bajo tus alas y no las confíes a persona alguna"

Mohamed el Zurdo era tenido entre los cortesanos como un rey sabio, y, al decir verdad, tal se consideraba a si mismo.
La prediccion de los astrólogolos, no le causó más que una ligera inquietud, y confío en su ingenio para guardar a sus hijas y contrariar a los sabios.

El triple nacimiento fue el último trofeo del monarca, pues la reina cristiana, no dió a luz a más hijos, y murió pocos años después murió, dejando confiadas a sus tres princesas al amor I fidelidad de la discreta Kadiga.

Muchos años tenían que pasar para que las bellas princesas llegaran a la "edad del peligro", a la edad de casarse.

Es bueno, como todo, "precaverse con tiempo" dijo el astuto monarca y, en su virtud resolvió "encerrarlas" en el Castillo Real de Salobreña. Era éste un suntuoso palacio incrustado en una inexpugnable fortaleza morisca situada el la cima de una montaña, desde la que se dominaba el Mar Mediterráneo, sirviendo de regio retiro, y donde los monarcas musulmánes encerraban a los parientes que les estorbaban, permitiéndoles, siempre fuera de la libertad, todas las comodidades y diversiones, en medio de las cuales pasaban sus días en voluptuosa indolencia.

Allí permanecieron las tres princesas, separadas del mundo, pero rodeadas de comodidades y atendidas por esclavos que les adivinaban todos y cada uno de sus deseos.

Tenían para su recreo deliciosos jardines repletos de frutas y aromáticas y raras flores y perfumados baños.

Por tres lados daba el castillo a un delicioso valle, hermoso y alegre por su rica y variada vegetación, y limitado por las altas montañas de la Alpujarra, y por el otro lado, dominaba el ancho y resplandeciente mar.

En esta explendida morada, gosando de un clima plácido y bajo un cielo azul y despejado, las tres princesas crecieron con maravillosa hermosura, y aunque todas se educaron del mismo modo, daban ya señales prematuras de su diversidad de carácter, se llamaban Zayda, Zorayda y Zorahayda...

fin de la 2da. Parte.

3ra. Parte

Zaida, la mayor, es de espíritu intrépido, y siempre se pone al frente de sus hermanas para todo, lo mismo que hizo al nacer, salió igualmente la primera. Es también curiosa, preguntona y amiga de profundizar en el porqué de todas las cosas.

Zorayda es una apacionada de la belleza, por esa razón, sin duda, se deleitaba mirándo su propia imagen en un espejo o en las cristalinas aguas de una fuente, tenía delirio por las flores, las joyas y por cualquier adorno que realzara su hermosura.

En cuanto a Zorahayda, la menor, es dulce, tímida y extremadamente sensible, derramando siempre ternura, como bien se podía apreciar a primera vista, por las innumerables flores, pájaros y otros animalitos domésticos que cuida con un entrañable cariño, sus diversiones son muy sencillas y mezcladas con meditaciones y ensueños, se sentaba horas enteras en su ajimez fijando su mirada en las luminosas estrellas de una noche de verano, y en otras ocaciones en el mar rielado por la luz de la luna, y entonces la canción de un pescador débilmente oída desde la playa o los acordes de una flauta morisca desde una barca que cruzaba, son suficientes para extaciar su ánimo. Sin embargo, bastaban para acobardarla el que se conjurasen los elementos, haciéndola caer desmayada el estampido del trueno.

Así pasaron los años tranquila y dulcemente, la discreta Kadiga, a quien las princesas estaban confiadas, cumplía lealmente su custodia y las servía con perseverante cuidado.

El castillo de Salobreña, como ya he dicho, estaba construido en la cúspide de una colina y a orillas del Mediterráneo. Una de las murallas exteriores se extendía por la base de una colina, hasta llegar a una roca sobresaliente que dominaba el mar, y con una playa arenosa a sus pies, bañada por las ruzadas olas. La pequeña atalaya que se levantaba sobre esta roca, se había convertido en una especie de pabellón, desde cuyos ajimezes, cubiertos con celosias, se podía aspirar la brisa del mar, y en este lugar, pasaban las princesas las calurosas horas del mediodía.

Hallandose en cierta ocasión sentada la curiosa Zaida en una de las ventanas del pabellón, mientras sus hermanas dormían la siesta recostadas en otomanas, se fijó en una galena que venía costeando a mesurados golpes de remo, cuando se fue acercando observó que venía llena de hombres armados.

La galena ancló al pie de la torre y un pelotón de soldados moriscos desembarcó en la estrecha playa conduciendo a varios prisioneros cristianos, la curiosa Zayda despertó inmediatamente a sus hermanas, y las tres se pusieron a observar cautelosamente por la espesa celosía de la ventana, que las libertaba de ser vistas.

Entre los prisioneros, venían tres caballeros españoles ricamente vestidos, estaban en la flor de su juventud y eran de noble presencia, además, la arrogante altivez con que caminaban, incluso, cargados de cadenas y rodeados de enemigos, manifestaban la grandeza de sus almas.

Las princesas los miraban con profundo y anhelante interés, y si se tiene en cuenta que vivían encerradas en aquel castillo, rodeadas de ciervas y no viendo más hombres, que los esclavos negros y a los rudos pescadores;

¿Como ha de extrañarnos, entonces, que produjera una gran emoción en sus corazones la presencia de aquellos tres caballeros radiantes de juventud y varonil belleza?...

Fin de la 3ra. Parte.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
¡fijaos en aquel otro
vestido de azul!
--exclamó Zorayda--
¡qué hermosura!
¡qué elegancia!
¡qué porte!

La gentil Zorahayda nada dijo, pero prefirió en su interior al caballero vestido de verde.
Las princesas continuaron observando hasta que perdieron de vista a los prisioneros, entonces, suspirando tristemente se volvieron, mirándose durante un momento unas a otras, sentándose meditabundas y pensativas en sus cómodas otomanas.
La discreta Kadiga las encontró en tal actitud, contaránle ellas lo que habían visto, y el apagado corazón de Kadiga se sintió también conmovido.

¡Pobres jóvenes! -Exclamó-

¡Apostaría que su cautiverio deja presa del más profundo dolor en el corazón de algunas damas principales de su país!

¡Ah, hijas mías!
No tenéis ni idea de la vida que llevan esos caballeros en su patria;
¡Qué justas y torneos!
¡Qué respeto a sus damas!
¡Qué modo de hablar y dar serenatas!

La curiosidad de Zayda se acrecentó en extremo, y no se cansaba de preguntar ni de oír de los labios de Kadiga la animada pintura que hacía de los episodios de sus días juveniles allá en su país.
La hermosa Zorayda, se reprimida y se miraba disimuladamente en un espejo, cuando la conversación recayó sobre los encantos de las damas españolas.
En tanto que Zorahayda ahogaba sus suspiros cuando oía contar lo de las serenatas a la luz de la luna.
Todos los días renovaba sus preguntas la curiosa Zayda, y todos los días repetía sus historias la madura Kadiga, siendo escuchada por su bello auditorio con profundo interés y entrecortados suspiros
Al fin la astuta Kadiga cayó en la cuenta del daño que acaso estaba ovacionado con sus historias de juventud. Ella se había acostumbrado a tratar a las princesas como niñas, sin considerar que insensiblemente habían ido creciendo y que tenía ya delante a tres hermosisimas "jóvenes casaderas"

"ya es tiempo,
-pensó Kadiga-
de avisar al rey"

Hallavase sentado cierta mañana Mohamed el Zurdo sobre un cómodo diván en uno de sus salones de la Alhambra, cuando llegó un esclavo de la fortaleza de Salobreña con un mensaje de la prudente Kadiga, felucitandole en el cumpleaños del natalicio de sus hijas. Al mismo tiempo le presentó el esclavo una delicada cestita adornada de flores y en la cual, sobre pampanos y hojas de higuera, venían un melocotón, un albaricoque y un prisco, cuya frescura, color y madurez tentaba el apetito.

El monarca, versado en el lenguaje original de las flores y las frutas, adivino de inmediato el dignificado de ésta emblemática ofrenda.

--ya ha llegado -dijo- el periodo crítico señalado por los astrólogolos, mis hijas están en edad de casarse.

¿Que haré?

Están ocultas de las miradas de lis hombres y bajo la custodia de la discreta Kadiga, todo marcha bien, pero no están bajo mi atenta vigilancia, como me predigeron los astrólogolos;

"debo, pues, recogerlas bajo mis alas y no confiarlas a nadie"....

Fin de la 4ta. Parte. ... (ver texto completo)