LEYENDAS GRANAINAS.
"Miedo en el Darro"
... Cuenta la leyenda, que una frase corria como la pólvora por Granada...
¡Por la noche sale miedo en el Darro!
Todo comenzó en Julio de 1935 hay que tener en cuenta, que la Carrera del Darro de entonces, no se parecía en nada a la actual y céntrica zona bien iluminada de hoy, llena de bares y gente.
El escaso alumbrado, la oscuridad, la poca afluencia de gente y el rumor del río, convertían este lugar en un sitio lúgubre para pasear cuando caía la noche a principios del siglo XX.
Ya hacía días que no se hablaba de otra cosa, y era raro el vecino que no había escuchado exrtaños ruidos o algunos desgarradores y desagradables alaridos provinientes del embovedado del Río Darro.
El fenómeno no cesaba, y lo que en principio parecía una simple anécdota, se convirtió en una preocupación, los más mayores, ya hablaban de de "fantasmas" o "animas en pena", que poblaban aquellas calles.
Historias alimentadas por la diversidad de leyendas que existían sobre, cortejos fúnebres, crímenes y venganzas del "más allá" a raíz de malditos episodios que acontecieron en la zona.
Los inexplicables lamentos y alaridos iban "in crescendo", ya había grupos de jóvenes que acudían a probar su valentía asomándose a la boveda del río, pero que ni el más audaz de ellos, se atrevía a llevar a cabo.
Todo el mundo empezó a evitar tener que pasar por la Carrera del Darro cuando se ponía el sol, temerosos de tener un fortuito encuentro con el "monstruo" responsable de aquéllos gritos y alaridos que helaban la sangre.
Los días seguían transcurriendo entre disparidad de opiniones, corrillos de señoras y niños rumureabsn que alguien se había topado con la terrorífica criatura, y que varios testigos, la describieron como algo sobrenatural y de una fisonomía espeluznante, mientras que los más avezados y varoniles, disimulaban su temor diciendo que todo debía de tener una explicación racional.
Quién sabe si se trataba de una vestía salvaje, algún bromista, o de algún perturbado capaz de haber montado aquel revuelo, comentarios, que bien se sabía, seguramente se hicieran, para que nadie pusiera en entredicho, su hombría y bravura.
Hasta que una noche, concretamente el día 20 de julio, algo sucedió, que los vecinos pasaron del terror al pánico....
El párroco de la Iglesia de Santa Ana era un hombre muy respetado, dada su posición, aunque era Domingo, se dolía despertar cuando aún la luna estaba en su máximo esplendor para abrir la iglesia, ya que para el, era un día muy importante y había que abrir el templo para la misa dominical... lo que no esperaba, era encontrarse de bruces con aquellos misteriosos gruñidos de los que todos hablaban.
Armandose de valor, se dispuso a desentrañar el enigma asomándose al embovedado del Río Darro, y fue en ese momento, y no en otro, cuando se encontró con lo imposible.
El religioso no podía creer lo que estaban contemplando sus ojos, llenos del terror más absoluto, rosario en mano, su instinto le ordenó echar a correr, vociferando por las calles al grito de;
¡un demonio, un demonio!
Aún quedaba más de un noctámbulo por la zona, que se había entretenido de más, por culpa de unos vasos de vino, y viendo al cura en ese estado, de desesperación y preso de un ataque de ansiedad, corrieron a auxiliarlo.
¿Que pasa padre?
¡un demonio, he visto un demonio!
repetía una y otra vez el asustado párroco, mientras susurraba a duras penas un padre nuestro y apretaba con tal fuerza el rosario
"Miedo en el Darro"
... Cuenta la leyenda, que una frase corria como la pólvora por Granada...
¡Por la noche sale miedo en el Darro!
Todo comenzó en Julio de 1935 hay que tener en cuenta, que la Carrera del Darro de entonces, no se parecía en nada a la actual y céntrica zona bien iluminada de hoy, llena de bares y gente.
El escaso alumbrado, la oscuridad, la poca afluencia de gente y el rumor del río, convertían este lugar en un sitio lúgubre para pasear cuando caía la noche a principios del siglo XX.
Ya hacía días que no se hablaba de otra cosa, y era raro el vecino que no había escuchado exrtaños ruidos o algunos desgarradores y desagradables alaridos provinientes del embovedado del Río Darro.
El fenómeno no cesaba, y lo que en principio parecía una simple anécdota, se convirtió en una preocupación, los más mayores, ya hablaban de de "fantasmas" o "animas en pena", que poblaban aquellas calles.
Historias alimentadas por la diversidad de leyendas que existían sobre, cortejos fúnebres, crímenes y venganzas del "más allá" a raíz de malditos episodios que acontecieron en la zona.
Los inexplicables lamentos y alaridos iban "in crescendo", ya había grupos de jóvenes que acudían a probar su valentía asomándose a la boveda del río, pero que ni el más audaz de ellos, se atrevía a llevar a cabo.
Todo el mundo empezó a evitar tener que pasar por la Carrera del Darro cuando se ponía el sol, temerosos de tener un fortuito encuentro con el "monstruo" responsable de aquéllos gritos y alaridos que helaban la sangre.
Los días seguían transcurriendo entre disparidad de opiniones, corrillos de señoras y niños rumureabsn que alguien se había topado con la terrorífica criatura, y que varios testigos, la describieron como algo sobrenatural y de una fisonomía espeluznante, mientras que los más avezados y varoniles, disimulaban su temor diciendo que todo debía de tener una explicación racional.
Quién sabe si se trataba de una vestía salvaje, algún bromista, o de algún perturbado capaz de haber montado aquel revuelo, comentarios, que bien se sabía, seguramente se hicieran, para que nadie pusiera en entredicho, su hombría y bravura.
Hasta que una noche, concretamente el día 20 de julio, algo sucedió, que los vecinos pasaron del terror al pánico....
El párroco de la Iglesia de Santa Ana era un hombre muy respetado, dada su posición, aunque era Domingo, se dolía despertar cuando aún la luna estaba en su máximo esplendor para abrir la iglesia, ya que para el, era un día muy importante y había que abrir el templo para la misa dominical... lo que no esperaba, era encontrarse de bruces con aquellos misteriosos gruñidos de los que todos hablaban.
Armandose de valor, se dispuso a desentrañar el enigma asomándose al embovedado del Río Darro, y fue en ese momento, y no en otro, cuando se encontró con lo imposible.
El religioso no podía creer lo que estaban contemplando sus ojos, llenos del terror más absoluto, rosario en mano, su instinto le ordenó echar a correr, vociferando por las calles al grito de;
¡un demonio, un demonio!
Aún quedaba más de un noctámbulo por la zona, que se había entretenido de más, por culpa de unos vasos de vino, y viendo al cura en ese estado, de desesperación y preso de un ataque de ansiedad, corrieron a auxiliarlo.
¿Que pasa padre?
¡un demonio, he visto un demonio!
repetía una y otra vez el asustado párroco, mientras susurraba a duras penas un padre nuestro y apretaba con tal fuerza el rosario
